A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

lunes, 17 de junio de 2019

Señor Jesús, tú que nos dejaste en la Eucaristía el memorial de tu pasión y resurrección, concédenos experimentar en nosotros los frutos de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.



Evangelio según Mateo
Mt 5, 38-42

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda".




Demos gracias a Cristo, que se nos ofrece en el banquete de su cuerpo y de su sangre.

-Señor Jesús, tú que mandaste celebrar la cena eucarística en memoria tuya, enriquece a tu Iglesia en la santa celebración de tus misterios.

-Cristo, sacerdote único del Altísimo, haz que la vida de tus sacerdotes sea fiel reflejo de lo que celebran sacramentalmente.

-Cristo, maná del cielo, haz que formemos un solo cuerpo los que comemos del mismo pan.

-Cristo, víctima inmolada por todos los hombres, refuerza la paz y la armonía de cuantos creemos en ti.

-Cristo, médico celestial, devuelve la salud a los enfermos y la esperanza viva a los pecadores.

Oración: Señor Jesús, tú que nos dejaste en la Eucaristía el memorial de tu pasión y resurrección, concédenos experimentar en nosotros los frutos de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Fuente del Evangelio: Vatican news
oraciones de peticion. Franciscanos.org

San Francisco escribió a las autoridades de los pueblos: -Os aconsejo encarecidamente, señores míos, que, habiendo pospuesto todo cuidado y preocupación, hagáis penitencia verdadera y recibáis humildemente el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo en santa memoria suya. Y tributad al Señor tanto honor en medio del pueblo que os ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio de pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente (CtaA 6-7).

SÉ TU MISMO EL SACRIFICIO Y EL SACERDOTE DE DIOS
De los sermones de san Pedro Crisólogo

Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice san Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega porque prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia para no tener que castigar con rigor.

Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si teméis a Dios como Señor, ¿por qué no acudís a él como Padre?

»Pero quizá sea la inmensidad de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.

»Venid, pues, retornad, y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».

Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto -dice-, a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios -dice-, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque, a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva, la muerte resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida. Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.

Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad.

Franciscanos.org

Invitaciones

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