A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

miércoles, 1 de julio de 2020

Cuando el alma es dócil al Espíritu Santo se convierte en árbol bueno que se da a conocer por sus frutos.



Evangelio según san Mateo 8, 28-34

Gloria a ti, Señor.


En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, salieron a su encuentro de entre los sepulcros dos endemoniados. Eran tan agresivos, que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar:
"¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?"
A cierta distancia de allí, había una gran cantidad de cerdos buscando alimento; y los demonios le rogaban a Jesús:
"Si nos expulsas, envíanos a los cerdos".
Jesús les dijo:
"Vayan".
Ellos salieron y se metieron en los cerdos; de pronto, todos los cerdos se lanzaron al lago por el barranco y murieron ahogados. Los que estaban cuidando los cerdos huyeron a la ciudad y lo contaron todo, incluso lo de los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, y cuando lo vieron le rogaron que se fuera de su territorio.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Salmo 49, 



Dios salva al que cumple su voluntad.

Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte: Israel, yo doy testimonio contra ti. Yo soy tu Dios, tu Dios.
Dios salva al que cumple su voluntad.

No te reprendo por tus sacrificios, pues tus holocaustos están siempre ante mí, pero no aceptaré un novillo de tu casa, ni un cabrito de tus corrales.
Dios salva al que cumple su voluntad.

Pues míos son todos los animales y en las montañas tengo bestias a millares; conozco todas las aves del cielo, míos son los animales del campo.
Dios salva al que cumple su voluntad.

Si tuviera hambre, no te lo diría, porque mío es el mundo y lo que contiene. ¿Acaso como yo carne de toros, o bebo sangre de cabritos?
Dios salva al que cumple su voluntad.

¿Por qué recitas mis mandamientos, y tienes siempre en tu boca mi alianza, tú que detestas la corrección y no tienes en cuenta mis palabras?
Dios salva al que cumple su voluntad



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Oremos al Señor Jesús que nos ha revelado el amor gratuito y universal del Padre y que, de su corazón abierto por la lanza, ha hecho brotar la fuente de toda gracia.

-Cristo, que en la Última Cena instituiste el sacrificio de la nueva alianza en tu sangre, renueva hoy y siempre tu alianza con los hombres.

-Tú que, exaltado en la cruz, quisiste ser traspasado por la lanza del soldado, sana nuestras heridas y perdona nuestras infidelidades.

-De tu corazón traspasado por la lanza salió sangre y agua, dando así nacimiento a tu esposa, la Iglesia; haz que sea santa e inmaculada.

-Cristo, tú que entraste en el santuario del cielo con tu sangre, haz que la Iglesia sea verdadera morada del Altísimo para todos los bautizados.

Oración: Señor Jesucristo, que nos has redimido con tu sangre, convierte del todo nuestros corazones a ti y haz que consigamos ahora tu perdón y la gloria en la eternidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Cuando el alma es dócil al Espíritu Santo se convierte en árbol bueno que se da a conocer por sus frutos. Aunque estos frutos son incontables, San Pablo nos señala doce frutos resultado de sus dones: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad (Gálatas 5, 22-23.)


Ante los obstáculos, las almas dóciles al Paráclito producen el fruto de la paciencia, que es en muchas ocasiones el soporte del amor; no pierden la paz ante la enfermedad, la contradicción, los defectos ajenos, las calumnias, y ante los propios fracasos espirituales. La paciencia, así como la longanimidad son muy importantes en el apostolado; ésta última es una disposición estable por la que esperamos todo el tiempo que Dios quiera las dilaciones queridas o permitidas por Él, antes de alcanzar las metas ascéticas o apostólicas que nos proponemos, y se propone metas altas, según el querer de Dios, aunque los resultados parezcan pequeños. Sabe que mis elegidos no trabajarán en vano 
(Isaías 45, 23.)

Los demás frutos miran en primer lugar al prójimo, como San Pablo dice: revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, soportándoos y perdonándoos mutuamente (Colosenses 3, 12-13.) 
La bondad nos inclina a querer toda clase de bienes para otros sin distinción alguna. La benignidad traduce la caridad en hechos, nos inclina a hacer el bien a los demás (1 Corintios 13, 4.) y se manifiesta en obras de misericordia, en indulgencia y afabilidad. La mansedumbre es un acabamiento de la bondad y benignidad, y se opone a las estériles manifestaciones de ira.

Nada hay comparable a un amigo fiel; su precio es incalculable ( Eclo 6, 1.)


La fidelidad es una forma de vivir la justicia y la caridad. Por la modestia el hombre a sabe que sus talentos son regalo de Dios y los pone al servicio de los demás, refleja sencillez y orden. Por la continencia y castidad el alma está vigilante para evitar lo que pueda dañar la pureza interior y exterior. Terminamos nuestra oración acercándonos a la Virgen, Madre el amor hermoso


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Jesús, te pido por el Papa actual: por su persona; por sus intenciones; por sus necesidades espirituales y también corporales.



«Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, «el Buen Pastor» confirmó este encargo después de su resurrección: «Apacienta mis ovejas». El poder de «atar y desatar» significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (C. I. C.-553).

Jesús, pones a Pedro una condición antes de confiarle la Iglesia: «¿me amas más que éstos?»

No es que los demás te amen poco, sino que es tal la responsabilidad y el ejemplo que se le pide a Pedro, que es necesario que sea santo.

Por eso tengo el deber de pedir cada día por él.

Jesús, te pido por el Papa actual: por su persona; por sus intenciones; por sus necesidades espirituales y también corporales.

 «El Señor convirtió a Pedro -que le había negado tres veces- sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor

Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: «¡Señor; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!», y cambiemos de vida» (Surco.-964).

«Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.»

¡Qué buena jaculatoria para repetirla por dentro muchas veces!

Jesús, a pesar de mi fragilidad, a pesar de que a veces no puedo con mi carácter o con mis defectos, «Tú sabes que te amo. Tú lo sabes todo,» y ves que lucho, que me esfuerzo, que te pido perdón.

«Tú sabes que te amo,» pero todavía te amo poco, y por eso en ocasiones las tentaciones me vencen.

¡Aumenta mi capacidad de amar!

Y para ello, Jesús, aumenta mi capacidad de sacrificio, de entrega.

Jesús, veo que hay dos posibles móviles en la vida interior: hacer las cosas porque me siento bien cuando las hago, porque me interesan o me emocionan; o hacer lo que creo que Tú me pides simplemente por agradarte a Ti, tenga yo más o menos ganas de hacerlo.

El móvil que demuestra un amor más verdadero es el segundo, y es el que me pides tres y mil veces con la pregunta: ¿me amas?

Jesús, me estás mirando con una mirada de Amor; con ojos de Padre, de hermano mayor.

Que sepa descubrir siempre esa mirada, incluso cuando te haya traicionado, cuando te haya abandonado.

Que sepa mirarte a los ojos y decirte: «¡Tú sabes que te amo!...,» y cambie de vida.

Porque si no pusiera los medios para cambiar lo que hago mal, mi amor a Ti sería falso.



Esta meditación está tomada de:"Una cita con Dios" de Pablo Cardona.
Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona





La semilla, una vez sembrada, crece con independencia de que el dueño del campo duerma o vele, y sin que sepa cómo se produce. Así es la semilla de la gracia que cae en las almas; si no se le ponen obstáculos, si se le permite crecer, da su fruto sin falta, no dependiendo de quien siembra o de quien riega, sino de Dios que da el incremento (1 Corintios 3, 5-9).
Trabajar cuando no se ven los frutos es un buen síntoma de fe y de rectitud de intención, señal de que verdaderamente estamos realizando una tarea sólo para la gloria de Dios. Lo que importa es que sembremos y poner los medios más oportunos para las diferentes situaciones: más luz de la doctrina, más oración y alegría, o profundizar más en la amistad


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 El apostolado siempre da un fruto desproporcionado a los medios empleados: nada se pierde. El Señor, si somos fieles, nos concederá ver, en la otra vida, todo el bien que produjo nuestra oración, las horas de trabajo ofrecidas, las conversaciones sostenidas con nuestros amigos, la enfermedad que ofrecimos por otros.

Sin embargo, en el apostolado, debemos tener siempre en cuenta que Dios ha querido crearnos libres para que, por amor, queramos reconocer nuestra dependencia de Él y sepamos decir libremente, como la Virgen: He aquí la esclava del Señor (Lucas 1, 38). Nosotros vivamos la alegría de la siembra, "cada uno según su posibilidad, carisma y ministerio" (CONCILIO VATICANO II, Ad gentes).


Para que conozcas mas a Maria Madre de las Almas Consagradas.
Difundir!!!


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