A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén



Dirijamos nuestra oración a Cristo, la verdadera vid, de la que somos sarmientos, y pidámosle que, en medio de las vicisitudes de la vida, nos mantenga muy unidos a él.

-Para que nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, y dé fruto abundante para la Iglesia y para la sociedad.

-Para que los trabajadores manuales no menos que los intelectuales vean debidamente reconocido su esfuerzo y contribución a la vida de la familia humana.

-Para que todos los cristianos sepamos ofrecer a Dios los sufrimientos e inconvenientes de nuestra profesión, en la que hemos de santificarnos.

-Para que el ejemplo de san Alberto, que supo unir el estudio y la devoción, nos ayude a lograr un mayor desarrollo sin renunciar por ello al tesoro de la fe.

Oración: Instruidos por el testimonio de san Alberto, te pedimos, Señor, que nos ayudes a dar frutos de vida eterna en la oración y en el trabajo de cada día. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



SAN ALBERTO MAGNO, doctor de la Iglesia. 

Nació en Lauingen (Baviera) en 1206. Estudió en Bolonia y en Padua donde vistió el hábito de los dominicos en 1229. Ejerció con éxito el profesorado en varios centros de Alemania y, a partir de 1245, en París, donde tuvo como discípulo predilecto a santo Tomás de Aquino. Armonizó en su persona la sabiduría de los santos y el saber humano y las ciencias de la naturaleza. Desempeñó cargos importantes en su Orden y, junto con san Buenaventura, defendió ante el Papa la causa de los mendicantes contra quienes querían excluirlos de la docencia universitaria. En 1260 fue consagrado obispo de Ratisbona, donde fue un pastor celoso y austero, que puso todo su empeño en pacificar pueblos y ciudades. Dos años después renunció para predicar la cruzada y volver a la docencia. Es autor de muchas e importantes obras de teología, y también de ciencias naturales. Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280.- 
Oración: Señor, tú que has hecho insigne al obispo san Alberto Magno, porque supo conciliar de modo admirable la ciencia divina con la sabiduría humana, concédenos a nosotros aceptar de tal forma su magisterio que, por medio del progreso de las ciencias, lleguemos a conocerte y a amarte mejor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén


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San Juan Pablo II
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
Carta apostólica sobre el Santo Rosario (16-X-2002)
María modelo de contemplación

 La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2,7).
Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo al pie de la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la «parturienta», ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a ella (cf. Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1,14).
Los recuerdos de María

María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51).
Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la acompañan en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el «rosario» que ella rezó constantemente en los días de su vida terrena.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su solicitud materna hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su «papel» de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los «misterios» de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan desplegar toda su fuerza salvadora. Cuando reza el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María



Invoquemos la misericordia del Señor, confiados hoy especialmente en la intercesión de Nuestra Señora del Pilar, y ofrezcámosle nuestras obras y propósitos.

-Tú, Dios Padre, que elegiste a la Virgen María como santa morada para tu Hijo, haz de nosotros templos del Espíritu Santo.

-Padre de sabiduría, a ejemplo de María que guardaba en su corazón los gestos y palabras de Jesús, concédenos saber guardar tu palabra en un corazón puro y acogedor.

-Rey de reyes y dueño del mundo, que has glorificado a María en su cuerpo y en su alma, inclina nuestros deseos hacia las realidades eternas.

-Tú, Jesús, nos has dado en la Virgen María una madre, haz que, de palabra y de obra, vivamos como verdaderos hijos suyos.

Oración: Dios, Padre de las misericordias, que fundaste tu pueblo bajo el singular patrocinio de la Madre de tu Hijo, concede a todos los que la invocan con el nombre de Virgen del Pilar, que busquen y procuren el bien de sus hermanos con sencillez y amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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