Evangelio según san Lucas 23, 35-43
Gloria a ti, Señor.
Estando ya crucificado, las autoridades y el pueblo le hacían muecas a Jesús, diciendo:
"A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido".
También los soldados se burlaban de Jesús, ofreciéndole vinagre y diciéndole:
"Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo".
Había sobre la cruz un letrero en griego, latín y hebreo, que decía:
"Éste es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús diciéndole:
"¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro le reclamaba:
"¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el
pago de lo que hicimos, pero éste ningún mal ha hecho".
Y añadió:
"Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino".
Jesús le respondió:
"Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Salmo 121
Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
¡Qué alegría sentí, cuando me dijeron: "Vayamos a la casa del Señor"! Y hoy estamos aquí, Jerusalén, jubilosos, delante de tus puertas.
Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
A ti, Jerusalén, suben las tribus, las tribus del Señor según lo que a Israel se le ha ordenado, para alabar el nombre del Señor.
Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Digan de todo corazón: "Jerusalén, que haya paz entre aquellos que te aman, y haya paz dentro de tus murallas y que reine la paz en cada casa".
Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Por el amor que tengo a mis hermanos, voy a decir. "La paz esté contigo". Y por la casa del Señor, mi Dios, pediré para ti todos los bienes.
Vayamos con alegría al encuentro del Señor
- Por el papa y los obispos: para que, como María, acojan íntegramente la palabra de Dios y nos la trasmitan con fidelidad.
- Por cuantos han sido llamados a prestar cualquier servicio en la Iglesia: para que no olviden las palabras del Maestro "no he venido a ser servido sino a servir".
- Por nosotros y por nuestros pueblos: para que reconozcamos al Hijo de Dios, nacido de María, como la verdadera paz y nuestro camino único de salvación.
- Por cuantos hemos recibido el don de la fe: para que la palabra evangélica fructifique en nosotros como la palabra divina fructificó en el seno de María.
Oración: Acoge, Señor, la súplica que se eleva a ti de todos los corazones sedientos de verdad y de justicia; y, por intercesión de tu madre María, reina de la paz, bendice a tu Iglesia y a toda la familia humana. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
.
Padre Nuestro ,AveMaria, Gloria
Renueva en todos tus sacerdotes,
en los fervorosos y en los abatidos,
en los que luchan,
en los que te aman con ardor,
en los que han perdido la esperanza,
el amor a Ti y a tu Iglesia.
Que resplandezcan en sus vidas las virtudes de la pureza y la obediencia,
la paciencia y la caridad, la dulzura y la comprensión,
el celo ardiente por la salvación de las almas,
la humildad y la sencillez.
Danos sacerdotes según tu corazón.
Inspira y ayuda, Señor,
a los sacerdotes que trabajan en los seminarios y casas de formación
para que den a tu Iglesia santos, doctores, mártires, apóstoles,
una nueva generación de testigos de Cristo inspirados
de un nuevo ardor misionero para la nueva evangelización.
Envíanos, Señor, sacerdotes santos.
Te pedimos, Señor, por todos aquellos que consagran sus vidas
a la pastoral vocacional para que en nombre de Cristo no dejen de lanzar
las redes para dar a la Iglesia las vocaciones que necesita para cumplir
con su misión.
Necesitamos tus sacerdotes. Envíalos, Señor
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Benedicto XVI, Ángelus del 26-XI-2006 y 21-XI-2010
En el último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
El evangelio de hoy (Jn 18,33-37) nos propone una parte del dramático interrogatorio al que Poncio Pilato sometió a Jesús, cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de «rey de los judíos». A las preguntas del gobernador romano, Jesús respondió afirmando que sí era rey, pero no de este mundo. No vino a dominar sobre pueblos y territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. Y añadió: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
Pero ¿cuál es la «verdad» que Cristo vino a testimoniar en el mundo? Toda su existencia revela que Dios es amor: por tanto, esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La cruz es el «trono» desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del «príncipe de este mundo» (Jn 12,31) e instauró definitivamente el reino de Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos. Entonces el Hijo entregará el Reino al Padre y finalmente Dios será «todo en todos» (1 Cor 15,28). El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos; en efecto, toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Dios; este es su proyecto de salvación, un «misterio» en el sentido bíblico del término, es decir, un designio que se revela poco a poco en la historia.
A la realeza de Cristo está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su «sí» incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda criatura y Cristo la coronó Reina del cielo y de la tierra. A su intercesión encomendamos la Iglesia y toda la humanidad, para que el amor de Dios reine en todos los corazones y se realice su designio de justicia y de paz.
La solemnidad de Cristo Rey fue instituida por el papa Pío XI en 1925 y más tarde, después del concilio Vaticano II, se colocó al final del año litúrgico. El Evangelio de san Lucas (23,35-43) presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se burlan del «primogénito de toda la creación» y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse de la muerte. Sin embargo, precisamente «en la cruz, Jesús se encuentra a la "altura" de Dios, que es Amor. Allí se le puede "reconocer". Jesús nos da la "vida" porque nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, pp. 403-404. 409).
De hecho, mientras que el Señor parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos, consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora «al rey de los judíos»: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino». De quien «existe antes de todas las cosas y en él todas subsisten», el llamado «buen ladrón» recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que «es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el Señor -dice san Ambrosio- siempre concede más de lo que se le pide . La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino»
Oremos
A todos tus sacerdotes
A todos tus sacerdotes
Dales tu ciencia y tus virtudes, Señor …
Te rogamos óyenos
Te rogamos óyenos
Dales paciencia, caridad, obediencia y benignidad …
Te rogamos óyenos
Dales amor al estudio y un intenso amor a la Eucaristía …
Te rogamos óyenos
Dales celo ardiente por las almas y fuego divino para que abrasen los corazones …
Te rogamos óyenos
Dales humildad, talento y respeto a su dignidad …
Te rogamos óyenos
Dales delicadeza en observar la rúbricas y en cuidar la celebración de los sacramentos …
Te rogamos óyenos
Dales grande sumisión al Santo Padre Francisco y a sus obispos …
Te rogamos óyenos
Dales horror a las cosas del mundo, dales rectitud y justicia …
Te rogamos óyenos
Dales un gran amor a María y a los santos …
Te rogamos óyenos
Dales el don de consejo, fortaleza en sus trabajo y un grande amor a la Cruz…
Te rogamos óyenos
Dales resignación en sus penas, caridad universal con las almas y generosidad …
Te rogamos óyenos
Dales arrepentimiento de sus pecados, ansia de enmendar su vida, de ser sacerdotes según tu Corazón y de alcanzar la santidad …
Te rogamos óyenos
Te rogamos óyenos
Dales amor al estudio y un intenso amor a la Eucaristía …
Te rogamos óyenos
Dales celo ardiente por las almas y fuego divino para que abrasen los corazones …
Te rogamos óyenos
Dales humildad, talento y respeto a su dignidad …
Te rogamos óyenos
Dales delicadeza en observar la rúbricas y en cuidar la celebración de los sacramentos …
Te rogamos óyenos
Dales grande sumisión al Santo Padre Francisco y a sus obispos …
Te rogamos óyenos
Dales horror a las cosas del mundo, dales rectitud y justicia …
Te rogamos óyenos
Dales un gran amor a María y a los santos …
Te rogamos óyenos
Dales el don de consejo, fortaleza en sus trabajo y un grande amor a la Cruz…
Te rogamos óyenos
Dales resignación en sus penas, caridad universal con las almas y generosidad …
Te rogamos óyenos
Dales arrepentimiento de sus pecados, ansia de enmendar su vida, de ser sacerdotes según tu Corazón y de alcanzar la santidad …
Te rogamos óyenos
Padre Nuestro ,AveMaria, Gloria
Renueva en todos tus sacerdotes,
en los fervorosos y en los abatidos,
en los que luchan,
en los que te aman con ardor,
en los que han perdido la esperanza,
el amor a Ti y a tu Iglesia.
Que resplandezcan en sus vidas las virtudes de la pureza y la obediencia,
la paciencia y la caridad, la dulzura y la comprensión,
el celo ardiente por la salvación de las almas,
la humildad y la sencillez.
Danos sacerdotes según tu corazón.
Inspira y ayuda, Señor,
a los sacerdotes que trabajan en los seminarios y casas de formación
para que den a tu Iglesia santos, doctores, mártires, apóstoles,
una nueva generación de testigos de Cristo inspirados
de un nuevo ardor misionero para la nueva evangelización.
Envíanos, Señor, sacerdotes santos.
Te pedimos, Señor, por todos aquellos que consagran sus vidas
a la pastoral vocacional para que en nombre de Cristo no dejen de lanzar
las redes para dar a la Iglesia las vocaciones que necesita para cumplir
con su misión.
Necesitamos tus sacerdotes. Envíalos, Señor
Benedicto XVI, Ángelus del 26-XI-2006 y 21-XI-2010
En el último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
El evangelio de hoy (Jn 18,33-37) nos propone una parte del dramático interrogatorio al que Poncio Pilato sometió a Jesús, cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de «rey de los judíos». A las preguntas del gobernador romano, Jesús respondió afirmando que sí era rey, pero no de este mundo. No vino a dominar sobre pueblos y territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. Y añadió: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
Pero ¿cuál es la «verdad» que Cristo vino a testimoniar en el mundo? Toda su existencia revela que Dios es amor: por tanto, esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La cruz es el «trono» desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del «príncipe de este mundo» (Jn 12,31) e instauró definitivamente el reino de Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos. Entonces el Hijo entregará el Reino al Padre y finalmente Dios será «todo en todos» (1 Cor 15,28). El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos; en efecto, toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Dios; este es su proyecto de salvación, un «misterio» en el sentido bíblico del término, es decir, un designio que se revela poco a poco en la historia.
A la realeza de Cristo está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su «sí» incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda criatura y Cristo la coronó Reina del cielo y de la tierra. A su intercesión encomendamos la Iglesia y toda la humanidad, para que el amor de Dios reine en todos los corazones y se realice su designio de justicia y de paz.
La solemnidad de Cristo Rey fue instituida por el papa Pío XI en 1925 y más tarde, después del concilio Vaticano II, se colocó al final del año litúrgico. El Evangelio de san Lucas (23,35-43) presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se burlan del «primogénito de toda la creación» y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse de la muerte. Sin embargo, precisamente «en la cruz, Jesús se encuentra a la "altura" de Dios, que es Amor. Allí se le puede "reconocer". Jesús nos da la "vida" porque nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, pp. 403-404. 409).
De hecho, mientras que el Señor parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos, consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora «al rey de los judíos»: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino». De quien «existe antes de todas las cosas y en él todas subsisten», el llamado «buen ladrón» recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que «es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el Señor -dice san Ambrosio- siempre concede más de lo que se le pide . La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino»
Celebremos el 10º Aniversario del ministerio episcopal de mons. Ojea
Invitamos a la misa que se celebrará el sábado 7 de Diciembre a las 19hs, en la Catedral de San Isidro, al cumplirse el 10º aniversario del inicio del ministerio episcopal de nuestro Obispo en la Diócesis
Invitamos a la misa que se celebrará el sábado 7 de Diciembre a las 19hs, en la Catedral de San Isidro, al cumplirse el 10º aniversario del inicio del ministerio episcopal de nuestro Obispo en la Diócesis
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