Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 3-8a
Hermanos: El verdadero pueblo de Israel somos nosotros, que servimos a Dios movidos por su Espíritu y ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en nosotros mismos. Aunque yo, ciertamente, podría apoyarme en mis títulos humanos. Nadie tendría más razones que yo. Fui circuncidado a los ochos días de nacer, soy israelita de nacimiento, de la tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos, y, en lo que toca a la interpretación de la ley, fariseo; fanático perseguidor de la Iglesia de Dios, e irreprochable en lo que se refiere al cumplimiento de la ley.
Pero lo que entonces consideraba valioso, lo consideré sin valor a causa de Cristo; más aún, pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él he renunciado a todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino a servir.... A servir a todos: a quienes tienen buena voluntad y están más preparados para recibir la doctrina del Reino, y a quienes parecen endurecidos para la Palabra divina.
La
meditación de hoy nos debe llevar a
aumentar nuestra confianza en Jesús cuanto mayores sean nuestras
necesidades;
especialmente si en alguna ocasión sentimos con fuerza la propia
flaqueza:
Cristo también está cercano entonces. De igual forma, pediremos
con confianza
por aquellos que están alejados del Señor, que no responden a
nuestro desvelo
por acercarlos a Dios y que aun parece que se distancian más.
“¡Oh, qué recia
cosa os pido, verdadero Dios mío –exclama Santa Teresa–: que
queráis a quien no
os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a
quien gusta de estar
enfermo y anda procurando la enfermedad!”
Jesucristo andaba constantemente
entre las turbas, dejándose asediar por ellas, aun después de
caída ya la noche,
y muchas veces ni siquiera le permitían un descanso.
Su vida
estuvo totalmente entregada a sus hermanos los hombres,
con un
amor tan grande que llegará a dar la vida por todos13.
Resucitó para
nuestra justificación; ascendió a los Cielos
para
prepararnos un lugar; nos envía su Espíritu para
no
dejarnos huérfanos. Cuanto más necesitados
nos encontramos,
más atenciones tiene con nosotros. Esta misericordia supera
cualquier cálculo y
medida humana; es “lo propio de Dios, y en ella se manifiesta de
forma máxima
su omnipotencia”
Cumpliré mis votos en presencia de quienes lo respetan. Comerán los humildes y se saciarán, alabarán al Señor los que lo buscan; viva su corazón por siempre.
Alabemos juntos al Señor.
Al recordarlo retornará al Señor la tierra entera, todas las naciones se postrarán ante él. Porque sólo el Señor reina, él gobierna a las naciones. Sólo ante él se postrarán los grandes de la tierra.
Alabemos juntos al Señor.
Yo viviré para el Señor, mi descendencia le rendirá culto; hablarán de él a la generación venidera, narrarán su salvación a los que nacerán después, diciendo: "Esto lo hizo el Señor".
Alabemos juntos al Señor.
Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré, dice el Señor.
Pidamos, hermanos y hermanas, al Señor que escuche nuestras oraciones y nos conceda el auxilio que necesitamos:
Para que Dios derrame en su Iglesia el Espíritu de piedad y fortaleza, que suscite numerosos y dignos ministros del altar y testigos celosos y humildes del Evangelio, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que Dios infunda en el espíritu de los gobernantes la voluntad de promover el bien común, a fin de que todos puedan desarrollarse debidamente y reinen en el mundo la justicia y la igualdad, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que el Señor fortalezca a los moribundos que luchan en su último combate, los libre de las tentaciones y no permita que nosotros, al llegar la hora de abandonar este mundo, caigamos en manos del enemigo, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que Dios conceda a nuestros familiares y amigos el perdón de sus pecados, una vida próspera y el don de la caridad, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Padre santo, Dios nuestro, el único que eres Señor; concédenos la gracia de estar siempre atentos, para que nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestro ser se rindan plenamente a tu palabra, el Evangelio de tu Hijo, el único sacerdote para siempre, que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
oremos por los sacerdotes
Maria Madre de las Almas Consagradas Rogad por ellas
Beato Juan Pablo II ruega por nosotros!
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