A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice el Señor; nadie va al Padre sino por mí. Aleluya.



Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 3-8a 


Hermanos: El verdadero pueblo de Israel somos nosotros, que servimos a Dios movidos por su Espíritu y ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en nosotros mismos. Aunque yo, ciertamente, podría apoyarme en mis títulos humanos. Nadie tendría más razones que yo. Fui circuncidado a los ochos días de nacer, soy israelita de nacimiento, de la tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos, y, en lo que toca a la interpretación de la ley, fariseo; fanático perseguidor de la Iglesia de Dios, e irreprochable en lo que se refiere al cumplimiento de la ley.
Pero lo que entonces consideraba valioso, lo consideré sin valor a causa de Cristo; más aún, pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él he renunciado a todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


 El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino a servir.... A servir a todos: a quienes tienen buena voluntad y están más preparados para recibir la doctrina del Reino, y a quienes parecen endurecidos para la Palabra divina.
La meditación de hoy nos debe llevar a aumentar nuestra confianza en Jesús cuanto mayores sean nuestras necesidades; especialmente si en alguna ocasión sentimos con fuerza la propia flaqueza: Cristo también está cercano entonces. De igual forma, pediremos con confianza por aquellos que están alejados del Señor, que no responden a nuestro desvelo por acercarlos a Dios y que aun parece que se distancian más. “¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío –exclama Santa Teresa–: que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad!”
 Jesucristo andaba constantemente entre las turbas, dejándose asediar por ellas, aun después de caída ya la noche, y muchas veces ni siquiera le permitían un descanso. Su vida estuvo totalmente entregada a sus hermanos los hombres, con un amor tan grande que llegará a dar la vida por todos13. Resucitó para nuestra justificación; ascendió a los Cielos para prepararnos un lugar; nos envía su Espíritu para no dejarnos huérfanos. Cuanto más necesitados nos encontramos, más atenciones tiene con nosotros. Esta misericordia supera cualquier cálculo y medida humana; es “lo propio de Dios, y en ella se manifiesta de forma máxima su omnipotencia”


Alabemos juntos al Señor.

Cumpliré mis votos en presencia de quienes lo respetan. Comerán los humildes y se saciarán, alabarán al Señor los que lo buscan; viva su corazón por siempre.
Alabemos juntos al Señor.

Al recordarlo retornará al Señor la tierra entera, todas las naciones se postrarán ante él. Porque sólo el Señor reina, él gobierna a las naciones. Sólo ante él se postrarán los grandes de la tierra.
Alabemos juntos al Señor.

Yo viviré para el Señor, mi descendencia le rendirá culto; hablarán de él a la generación venidera, narrarán su salvación a los que nacerán después, diciendo: "Esto lo hizo el Señor".
Alabemos juntos al Señor.


Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré, dice el Señor.
 




Pidamos, hermanos y hermanas, al Señor que escuche nuestras oraciones y nos conceda el auxilio que necesitamos:

Para que Dios derrame en su Iglesia el Espíritu de piedad y fortaleza, que suscite numerosos y dignos ministros del altar y testigos celosos y humildes del Evangelio, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.

Para que Dios infunda en el espíritu de los gobernantes la voluntad de promover el bien común, a fin de que todos puedan desarrollarse debidamente y reinen en el mundo la justicia y la igualdad, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.

Para que el Señor fortalezca a los moribundos que luchan en su último combate, los libre de las tentaciones y no permita que nosotros, al llegar la hora de abandonar este mundo, caigamos en manos del enemigo, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.

Para que Dios conceda a nuestros familiares y amigos el perdón de sus pecados, una vida próspera y el don de la caridad, roguemos al Señor.


Te lo pedimos, Señor.


Padre santo, Dios nuestro, el único que eres Señor; concédenos la gracia de estar siempre atentos, para que nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestro ser se rindan plenamente a tu palabra, el Evangelio de tu Hijo, el único sacerdote para siempre, que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

oremos por los sacerdotes

Señor, llena con el don del Espíritu Santo a los que te has dignado elevar al Orden Sacerdotal para que sean dignos de presentarse sin reproche ante tu altar, de anunciar el Evangelio de tu Reino, de realizar el ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte los dones y sacrificios espirituales, de renovar a tu pueblo mediante el baño de la regeneración; de manera que vayan al encuentro de nuestro gran Dios y del Salvador Jesucristo, tu único Hijo, y reciban de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden sacerdotal.

Maria Madre de las Almas Consagradas Rogad por ellas

Beato Juan Pablo II ruega por nosotros! 




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