A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

martes, 19 de septiembre de 2017

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,10-14).





























INCLINA MI CORAZÓN A TUS PRECEPTOS
San Roberto Belarmino,
Tratado sobre la ascensión de la mente hacia Dios (Grado 1)


Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia. ¿Quién que haya empezado a gustar, por poco que sea, la dulzura de tu dominio paternal, dejará de servirte con todo el corazón? ¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? Cargad -nos dices- con mi yugo. ¿Y cómo es este yugo tuyo? Mi yugo -añades- es llevadero y mi carga ligera. ¿Quién no llevará de buena gana un yugo que no oprime, sino que halaga, y una carga que no pesa, sino que da nueva fuerza? Con razón añades: Y encontraréis vuestro descanso. ¿Y cuál es este yugo tuyo que no fatiga, sino que da reposo? Por supuesto, aquel mandamiento, el primero y el más grande: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. ¿Qué más fácil, más suave, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo cual eres tú, Señor, Dios mío?

¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.

Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles.


FRANCISCANOS.ORG


Dijo Jesús a la Samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?». Jesús le contesta: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,10-14)

 
Oremos al Señor, nuestro Dios, fuente del agua viva.

-Por todos los que nos llamamos cristianos: para que se despierte en nosotros, como en la mujer samaritana, la sed de profundizar en la fe.

-Por los que no conocen el don de Dios y buscan insaciablemente: para que descubran el surtidor de agua viva, que salta hasta la vida eterna.

-Por los que se sienten saciados y tienen embotada su sensibilidad: para que se despierte en ellos el hambre del otro pan y la sed del agua que colma toda sed.

-Por cuantos queremos vivir la Cuaresma: para que conozcamos más y mejor el don de Dios, la persona de Cristo, y aprendamos a ver la vida de un modo nuevo.

Oración: Señor, Dios nuestro, por medio de tu Hijo diste a la samaritana el agua de la vida; atiende a nuestras súplicas, danos de beber y derrama sobre nosotros el agua del Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

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"Sí, Dios tiene sed de nuestra fe y de nuestro amor. Como un padre bueno y misericordioso, desea para nosotros todo el bien posible, y este bien es él mismo. En cambio, la mujer samaritana representa la insatisfacción existencial de quien no ha encontrado lo que busca: había tenido «cinco maridos» y convivía con otro hombre; sus continuas idas al pozo para sacar agua expresan un vivir repetitivo y resignado. Pero todo cambió para ella aquel día gracias al coloquio con el Señor Jesús, que la desconcertó hasta el punto de inducirla a dejar el cántaro del agua y correr a decir a la gente del pueblo: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?»
(Jn 4,28-29).

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros abramos el corazón a la escucha confiada de la palabra de Dios para encontrar, como la samaritana, a Jesús que nos revela su amor y nos dice: el Mesías, tu Salvador, «soy yo: el que habla contigo»
(Jn 4,26). Nos obtenga este don María, la primera y perfecta discípula del Verbo encarnado.
Invito a todos a dejar que Cristo entre en nuestro corazón, como hizo la samaritana de que nos habla el evangelio de hoy, y a la que Jesús iluminó la vida y mostró el agua que apaga la sed más profunda.
DIÁLOGO ENTRE JESÚS Y LA SAMARITANA -Benedicto XVI, Ángelus del 24 de febrero de 2008

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