A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

jueves, 24 de marzo de 2016

.."Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes".



Evangelio
según san Juan 13, 1-15


Era la víspera de la fiesta de la pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre. Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el final.
Estaban cenando y ya el diablo había convencido a Judas Iscariote, hijo de Simón, para que entregara a Jesús. Entonces Jesús, sabiendo que el Padre le había entregado todo, y que de Dios había venido y a Dios regresaba, se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la colocó en la cintura.
Después echó agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste se resistió:
"Señor, ¿cómo vas a lavarme tú a mí los pies?"
Jesús le contestó:
"Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora; lo comprenderás después".
Pedro insistió:
"Jamás permitiré que me laves los pies".
Entonces Jesús le contestó:
"Si no te lavo los pies, no tendrás nada que ver conmigo".
Simón Pedro reaccionó diciendo:
"Señor, no sólo los pies; lávame también las manos y la cabeza".
Pero Jesús le dijo:
"El que se ha bañado sólo necesita lavarse los pies, porque está completamente limpio; y ustedes están limpios, aunque no todos".
Sabía muy bien Jesús quién lo iba a entregar; por eso dijo: "No todos están limpios".
Después de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo:
"¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


 Dios nuestro, nos has reunido hoy para celebrar aquella misma memorable Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno, sacramento de su amor; concédenos alcanzar, por la participación en este sacramento, la plenitud del amor y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.



Sal 115

Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de la salvación, invocando su nombre.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

El Señor siente profundamente la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; rompiste mis ataduras.

Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava. 

Te ofreceré un sacrificio de acción de gracias invocando tu nombre; cumpliré mis promesas al Señor en presencia de todo el pueblo.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.

Jueves Santo 

Según una antiquísima tradición de la Iglesia, en este día están prohibidas todas las misas sin pueblo.
Al atardecer, en la hora más oportuna, se celebra la misa de la Cena del Señor, en la que participa plenamente toda la comunidad local y todos los sacerdotes y clérigos que ejercen su ministerio.
Los sacerdotes que han participado en la misa crismal o ya han celebrado para bien de los fieles, pueden concelebrar de nuevo la misa vespertina.
Donde lo exija el bien pastoral, el Ordinario del lugar puede permitir la celebración de otra misa, por la tarde, en los templos u oratorios públicos o semipúblicos, y en caso de verdadera necesidad, incluso por la mañana, pero solamente para los fieles que de ningún modo puedan participar en la misa vespertina.
Cuídese que estas misas no se celebren solamente para bien de unos pocos y no perjudiquen en nada a la misa vespertina, que es la principal.
La sagrada comunión solamente se puede distribuir a los fieles dentro de la misa; a los enfermos se la pueden llevar a cualquier hora del día.
El sagrario debe estar completamente vacío. Conságrense en esta misa suficientes hostias, de modo que alcancen para la comunión del clero y del pueblo hoy y mañana.


Fuente www.iesvs.org 


Presentemos nuestras súplicas al Padre, recordando el momento en que el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.

-Por la Iglesia santa de Dios: para que reciba en su corazón y en su mente al Verbo divino a ejemplo de María, la Virgen creyente.

-Por todos aquellos a los que todavía no ha sido anunciado el Evangelio: para que Dios les envíe mensajeros de su palabra.

-Por los enfermos y los que sufren por cualquier causa: para que reciban con esperanza el anuncio de la encarnación del hijo de Dios.

-Por todos los creyentes: para que, atentos a la palabra de Dios, estemos siempre dispuestos a hacer su voluntad.

Oración: Dios Padre nuestro, acuérdate con bondad de tu Iglesia y de cuantos confiamos en la intercesión de aquélla que fue anunciada como Madre virginal de tu Hijo Jesucristo. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén




Beato Diego Jose de Cadiz.
 Nació en Cádiz (España) el 30 de marzo de 1743. De joven entró en la Orden Capuchina y, terminados los estudios, recibió la ordenación sacerdotal en 1766. El decenio siguiente lo dedicó a la predicación por toda Andalucía, y luego extendió su campo de apostolado a toda España y Portugal. Fue un predicador asombroso, incansable misionero popular, que reunía a multitudes de toda clase y condición para escucharle. Sus dotes oratorias iban acompañadas de singulares gracias del cielo, y su lenguaje era llano y directo. Combatió los peligros que traía consigo la "Ilustración", lo que le ocasionó enemistades y persecución. Fue hombre de oración y penitente, muy devoto de la Virgen, la "Divina Pastora". Se le consideraba apóstol de la misericordia. Escribió numerosas obras. Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801.-  
Oración: Oh Dios, que has concedido al beato Diego José la sabiduría de los santos, y le has encomendado la salvación de su pueblo; concédenos, por su intercesión, discernir lo que es bueno y justo, y anunciar a todos los hombres la riqueza insondable que es Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.




Beata Maria Karlowska

 Nació en Karlowo (Polonia) el año 1865 de una familia acomodada, muy religiosa y devota del Corazón de Jesús, lo que influyó en su espiritualidad. Muertos sus padres en 1882, hizo voto de castidad para vivir consagrada al Señor. Diez años después, el encuentro ocasional con una prostituta la decidió a trabajar en la recuperación de las que compartían su suerte, para lo que no dudó en ponerse en contacto con tales muchachas y mujeres, especialmente en los hospitales. Encontró muchas dificultades de todo género para llevar adelante sus propósitos. Trabajó en diversas ciudades de Polonia. Comenzó abriendo un centro de acogida. Luego buscó una congregación religiosa que se hiciera cargo del mismo y, al no encontrarla, fundó en 1895 la Congregación del Buen Pastor de la Divina Providencia, en la que ella misma profesó. Su principal actividad es ayudar a recuperar la dignidad de hijas de Dios a las jóvenes y mujeres pobres caídas en la corrupción de costumbres, y cuidar a las enfermas. Murió el 24 de marzo de 1935 en Pniewite, cerca de Gdansk (Polonia)

Meditacion del Jueves Santo



LA ULTIMA CENA PASCUAL
Empieza el sufrimiento del Jueves Santo.

Los apóstoles -son diez- se dedican intensamente a preparar el Cenáculo.

Judas, encaramado encima de la mesa, observa si hay aceite en todas las ampollas de la lámpara, que es grande y parece una corola de fucsia doble. Y es que está formada por una barra -el tallo- rodeada de cinco lámparas en ampollas que asemejan a pétalos; luego tiene una segunda vuelta, más abajo, que es toda una coronita de pequeñas llamas; luego, por último, tiene tres pequeñas lamparitas colgadas de delgadas cadenas y que parecen los pistilos de la flor luminosa. Luego baja de un salto y ayuda a Andrés a colocar la vajilla en la mesa con arte. Sobre ésta se ha extendido un finísimo mantel.Oigo que Andrés dice:
-¡Qué espléndido lino!
Y Judas Iscariote:
-Uno de los mejores manteles de Lázaro. Marta se ha empeñado en traerlo.
-¿Y estas copas? ¿Y estas jarras, entonces? - observa Tomás, que ha puesto el vino en las preciosas jarras y las mira una y otra vez con ojos de experto, espejándose en sus panzas estilizadas y acariciando sus asas trabajadas con cincel.
-¿Quién sabe lo que costarán, eh? - pregunta Judas Iscariote.
-Está trabajado con martillo. A mi padre le encantarían. La plata y el oro en hojas se pliegan con facilidad cuanto están calientes. Pero tratado así... Para estropearlo basta un momento; es suficiente a un golpe mal dado. Se necesitan fuerza y ligereza al mismo tiempo.
-¿Ves las asas? Sacadas del bloque, no soldadas. Cosas de ricos... Fíjate que toda la limadura y lo desbastado se pierden.
No sé si entiendes lo que te digo.
-¡Claro que entiendo! En pocas palabras, es como uno que hace una escultura.
-Exactamente.
Todos observan con admiración. Luego vuelven a su trabajo: quién coloca los asientos, quién prepara los aparadores.
Entran juntos Pedro y Simón.
-¡Oh, por fin habéis venido! ¿A dónde habéis ido otra vez? Habéis llegado con el Maestro y con nosotros y os habéis escapado de nuevo - dice Judas Iscariote.
-Una gestión que había que hacer antes de la hora» responde escuetamente Simón.
-¿Sientes melancolías?
-Creo que con lo que hemos oído durante estos días, y en esos labios que nunca hemos encontrado falaces, hay buenas razones para sentirlas.
-Y con ese tufo de... Bien, cállate, Pedro - masculla Pedro entre dientes.
-¿Tú también?... Me pareces un desquiciado desde hace algunos días. Tienes cara de conejo agreste cuando siente tras sí al chacal - responde Judas Iscariote.
-Y tú tienes morros de garduña. Tú tampoco estás muy guapo desde hace unos días. Miras de una manera... Hasta se te han torcido los ojos... ¿A quién esperas, o qué esperas ver? Pareces seguro. Quieres parecerlo. Pero se te ve como a uno temeroso de algo - replica Pedro.
-¡En cuanto a miedo!... ¡Tampoco tú eres ningún héroe!
-¡Ninguno lo somos, Judas. Tú llevas el nombre del Macabeo, pero no lo eres. El mío significa: "Dios otorga gracias", pero te juro que tiemblo por dentro como quien se supiera portador de desgracia y, sobre todo, tengo miedo de caer en desgracia ante Dios. Simón de Jonás, a pesar de su nuevo nombre de "piedra", ahora se manifiesta blando como cera en el fuego.
Ya no es estable en su voluntad. ¡Y yo nunca lo vi con miedo en medio de desatadas tempestades! Mateo, Bartolmái y Felipe parecen sonámbulos. Mi hermano y Andrés no hacen más que suspirar. Los dos primos, en quienes se une el dolor de la sangre con el del amor al Maestro, pues ya los ves: parecen hombres ya viejos. Tomás ha perdido su jovialidad. Y Simón está tan ajado por el dolor -yo diría: tan corroído, lívido y abatido-, que parece otra vez el leproso consumido de hace tres años - le responde Juan.

-Sí. Nos ha sugestionado a todos con su melancolía - observa Judas Iscariote.
-Mi primo Jesús, el Maestro y Señor mío y vuestro, está y no está melancólico. Si con esta palabra quieres decir que está triste por el exceso de dolor que todo Israel le está dando - y nosotros vemos este dolor- y por el otro, oculto dolor que sólo Él ve, te digo: "Tienes razón"; pero si usas ese término para decir que está desquiciado, eso te lo prohíbo - dice Santiago de Alfeo.
-¿Y no es demencia una idea fija de melancolía? Yo he estudiado también lo profano, y tengo conocimientos. Jesús ha dado demasiado de sí, y ahora tiene la mente cansada.
-Lo cual significa "demente", ¿no es verdad? - pregunta el otro primo, Judas, que está aparentemente calmo.

-¡Justamente eso! ¡Había visto con claridad tu padre, justo de santa memoria, a quien tú tanto te pareces en justicia y sabiduría! Jesús -triste destino de una ilustre casa demasiado vieja y que padece senilidad psíquica- ha tenido siempre una tendencia a esta enfermedad. Suave al principio, luego cada vez más agresiva. Tú mismo has visto cómo ha atacado a fariseos y escribas, saduceos y herodianos. Él se ha hecho imposible la vida, como un camino sembrado de esquirlas de cuarzo. Y se las ha sembrado Él solo. Nosotros... lo hemos amado tanto, que el amor nos ha puesto un velo delante de nuestros ojos. Pero los que lo amaron sin idolatrarlo: tu padre, tu hermano José, y primero Simón, vieron las cosas con equilibrio... Hubiéramos debido abrir los ojos ante sus palabras. Sin embargo, su dulce hechizo de enfermo nos sedujo. Y ahora... ¡En fin!

-Judas Tadeo, que -de la misma altura de Judas Iscariote- está justo frente a él y parece oírlo con calma, reacciona violentamente. Con un fuerte revés arroja a Judas, supino, a uno de los asientos, y con una cólera contenida en la voz, inclinándose sobre la cara del cobarde que no reacciona -quizás temiendo que Judas Tadeo esté al corriente de su crimen- le dice con voz penetrante:

-¡Esto por la demencia, reptil! Y si no te estrangulo es porque Jesús está allí y es noche de Pascua. ¡Pero piensa, piénsalo bien! Si le ocurre algo malo y ya no está Él para detener mi fuerza, nadie te salva. Es como si ya tuvieras el nudo corredizo en el cuello; y serán estas manos mías honradas y fuertes de artesano galileo y de descendiente del hondero de Goliat, las que te lo hagan. ¡Levántate, enervado libertino! Y atento a lo que haces, ¡eh!

Judas se alza, lívido, sin la más mínima reacción. Y lo que me maravilla es que ninguno reacciona ante este gesto nuevo de Judas Tadeo. A1 contrario... está claro que todos lo aprueban.
Vuelve el ambiente a la normalidad y un instante después Jesús entra. Se asoma en el umbral de la pequeña puerta por la que su alto físico apenas pasa. Pone pie en el tan reducido descansillo, y, con su mansa, triste sonrisa, abriendo los brazos, dice:

-La paz sea con vosotros.
Es una voz cansada, como la de uno que estuviera languideciendo en lo físico o en lo moral.
Baja. Acaricia la cabeza rubia de Juan, que ha ido a su encuentro. Sonríe, como si no supiera nada, a su primo Judas, y dice al otro primo:
-Tu madre te ruega que seas dulce con José. Ha preguntado por mí y por ti hace poco a las mujeres. Siento no haberle saludado.
-Lo vas a hacer mañana.
-¿Mañana?... Bueno... tendré tiempo de verlo...
-¡Oh, Pedro, por fin estaremos un poco juntos! Desde ayer me pareces un fuego fatuo: te veo y luego no te veo. Hoy casi puedo decir que te he perdido. Tú también, Simón.
-Nuestro pelo más blanco que negro te puede dar la seguridad de que no nos hemos ausentado por apetito carnal – dice serio Simón.
-Aunque... a todas las edades se pueda tener esa hambre... ¡Los viejos! Son peores que los jóvenes... - dice ofensivo Judas Iscariote.
Simón lo mira. Ya iba a replicar. Pero también lo mira Jesús y dice:
-¿Te duele una muela? Tienes el carrillo derecho hinchado y rojo.
-Sí. Me duele. Pero no tiene mayor importancia.
Los otros no dicen nada y la cosa muere así.
-¿Habéis hecho todo lo que había que hacer? ¿Tú, Mateo? ¿Y tú, Andrés? ¿Y Tú, Judas, has pensado en la ofrenda al Templo?
Tanto los dos primeros como Judas Iscariote dicen:
-Todo hecho, todo lo que dijiste que había que hacer para hoy. No te preocupes.
-Yo he llevado las primicias de Lázaro a Juana de Cusa. Para los niños. Me han dicho: "¡Eran mejores aquellas manzanas!".
¡Aquellas tenían el sabor del hambre! Y eran tus manzanas - dice Juan con rostro sonriente y de ensoñación.
También Jesús sonríe ante un recuerdo...
-Yo he visto a Nicodemo y a José - dice Tomás.
-¿Los has visto? ¿Has hablado con ellos? - pregunta Judas Iscariote con exagerado interés.
-Sí, ¿qué hay de raro en ello? José es un buen cliente de mi padre.
-No lo habías dicho antes... ¡Por eso me he asombrado!...
Judas trata de remediar la impresión que ha dado, una impresión de ansiedad, por el encuentro de José y Nicodemo con Tomás.
-Me resulta extraño que no hayan venido a presentarte su obsequioso saludo. Ni ellos ni Cusa ni Manahén... Ninguno de  los...
Pero Judas Iscariote se ríe con una falsa carcajada interrumpiendo a Bartolomé, y dice:
-El cocodrilo vuelve a su madriguera en el momento apropiado.
-¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas? - pregunta Simón con una agresividad como nunca ha tenido.
-¡Calma, calma! ¿Qué os sucede? ¡Es la noche de Pascua! Nunca hemos tenido aparejo tan digno para consumir el cordero. Celebremos, pues, la cena con espíritu de paz. Veo que os he turbado mucho con mis instrucciones de estas últimas Noches. Pero, ¿veis? ¡He terminado! Ahora ya no os voy a causar más turbación. No está todo dicho en cuanto a mí se refiere.

Sólo lo esencial. El resto... lo comprenderéis después. Se os dirá... ¡Sí, vendrá el que os lo dirá! Juan, ve con Judas y algún otro por las copas para la purificación. Y luego nos sentamos a la mesa.

La dulzura de Jesús verdaderamente parte el corazón.

Juan con Andrés, Judas Tadeo con Santiago, traen una copa grande, echan agua en ella y ofrecen a Jesús la toalla, y también a los compañeros, los cuales hacen luego lo mismo con ellos. Y ponen la copa (en realidad es una palangana de metal) en un rincón.

-Y ahora cada uno a su sitio. Yo aquí, y aquí, a la derecha, Juan; al otro lado, mi fiel Santiago: los dos primeros discípulos.
Después de Juan mi Piedra fuerte. Y después de Santiago el que es como el aire, que no se advierte pero siempre está y consuela: Andrés. A su lado mi primo Santiago. ¿No te duele, dulce hermano, el que asigne el primer puesto a los primeros? Eres el sobrino del Justo, cuyo espíritu, más que nunca en esta hora, late en suspendido vuelo sobre mí. ¡Ten paz, padre de mi debilidad de niño, encina a cuya sombra hallaron alivio la Madre y el Hijo! ¡Ten paz!... Después de Pedro, Simón... Simón, ven un momento aquí. Quiero mirar fijamente tu rostro leal. Después te veré ya sólo mal, porque otros me cubrirán tu honesto rostro.

Gracias, Simón. Por todo - y lo besa.

Simón, dejado ya, va a su sitio y, un instante, se lleva las manos a la cara con un gesto de aflicción.

-En frente de Simón mi Bartolmái. Dos honradeces y sabidurías que se reflejan recíprocamente. Están bien juntos. Y, al lado, tú, Judas, hermano mío. Así te veo... y me parece estar en Nazaret... cuando alguna fiesta nos reunía a todos en torno a una mesa... También en Caná... ¿Recuerdas? Estábamos el uno al lado del otro. Una fiesta... una fiesta de boda... el primer milagro... el agua transformada en vino... También hoy una fiesta... y también hoy habrá un milagro... el vino cambiará de naturaleza... y será... - Jesús se sume en su pensamiento. Con la cabeza baja, está como aislado en su mundo secreto. Los demás lo miran sin decir nada.
Alza de nuevo la cabeza y mira fijamente a Judas Iscariote, y le dice:
-Tú estarás frente a mí.
-¿Tanto me quieres? ¿Más que a Simón, que siempre quieres tenerme enfrente?
-Mucho. Tú lo has dicho.
-¿Por qué, Maestro?
-Porque eres el que más ha hecho de todos para esta hora.
Judas mira al Maestro y a sus compañeros con una mirada muy cambiante: al primero con una cierta, irónica compasión; a los otros, con aire de triunfo.
-Y a tu lado, en una parte, Mateo; en la otra, Tomás.
-Entonces Mateo a mi izquierda y Tomás a mi derecha.
-Como quieras, como quieras - dice Mateo - Me basta con tener bien de frente a mi Salvador.
-Por último, Felipe. ¿Veis? El que no está a mi lado en el lado de honor, tiene el honor de estar frente a mí.
Jesús, en pie en su sitio, vierte en la amplia copa que está colocada delante de Él -todos tienen altas copas, pero El tiene una mucho más grande, además de la que tienen todos; debe ser la copa ritual-, vierte el vino. Alza la copa, la ofrece, la pone en la mesa.
Luego todos juntos preguntan con tono de salmo:
-¿Por qué esta ceremonia?
Pregunta formal, de rito, está claro.
A la cual Jesús, como cabeza de familia, responde:
-Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Bendito sea Yeohveh, que ha creado el fruto de la vid. Bebe un sorbo de este vino ofrecido y pasa el cáliz a los demás. Luego ofrece el pan, lo parte, lo distribuye; luego las hierbas empapadas en la salsa rojiza que hay en cuatro salseras.
Terminada esta parte de la comida cantan salmos, todos en coro. Se lleva a la mesa, desde el aparador, la amplia bandeja del cordero asado, y la ponen delante de Jesús.
Pedro, que desempeña el papel de... primera parte, de coro, si le gusta más, pregunta:
-¿Por qué este cordero, así?
-Como recuerdo de cuando Israel fue salvado por el cordero inmolado. No murió ningún primogénito donde la sangre brillaba en las jambas y el dintel. Y, después, mientras todo Egipto lloraba a los primogénitos varones muertos, desde el palacio del faraón hasta los tugurios, los hebreos, capitaneados por Moisés, se movieron hacia la tierra de la liberación y la promesa.
Ceñidas ya sus cinturas, calzados los pies, cayado en mano, fue diligente el pueblo de Abraham para ponerse en marcha cantando los himnos del júbilo.
Todos se ponen en pie y entonan:
-Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, Judea vino a ser su santuario» etc., etc. (en la Neovulgata Salmo 114).
Ahora Jesús corta el cordero, llena un nuevo cáliz, bebe de él y lo pasa. Luego entonan otro canto:
-Niños, alabad al Señor; bendito sea el Nombre del Eterno, ahora y por los siglos de los siglos. De Oriente a Occidente debe ser alabado» etc. (Salmo 113).
Jesús da los trozos de cordero cuidando de que todos queden bien servidos, justamente como haría un padre de familia rodeado de los amados hijos de su corazón. Solemne, un poco triste, mientras dice:
-He deseado ardientemente comer con vosotros esta Pascua. Ha sido para mí el deseo de los deseos, desde que fui –abaeterno- "el Salvador". Sabía que esta hora precedería a esa otra. Mas la alegría de darme infundía, anticipadamente, este consuelo a mi padecer... He deseado ardientemente comer con vosotros esta Pascua, porque ya nunca comeré del fruto de la vid hasta la llegada del Reino de Dios. Entonces me sentaré nuevamente con los elegidos en el Banquete del Cordero, para el desposorio de los Vivientes con el Viviente. Pero vendrán a él solamente los que hayan sido humildes y limpios de corazón como Yo soy.
-Maestro, hace un momento has dicho que el que no tiene el honor del sitio lo tiene por estar enfrente de ti. ¿Cómo podemos saber, entonces, quién es el primero de entre nosotros? - pregunta Bartolomé.
-Todos y ninguno. Una vez... volvíamos cansados... nauseados por el odio farisaico. Pero no estabais cansados de discutir entre vosotros acerca de quién era el mayor... Un niño vino a mí rápido... un pequeño amigo mío... Y su inocencia endulzó la desazón que Yo tenía por muchas cosas (no la última, vuestra humanidad obstinada). ¿Dónde estás ahora, pequeño Benjamín que tuviste aquella sabia respuesta que te vino del Cielo porque -ángel como eras- el Espíritu te hablaba? En aquel momento os dije: "Si uno quiere ser el primero, sea el último y el servidor de todos". Y os puse como ejemplo al sabio niño. Ahora os digo:
"Los reyes de las naciones las dominan. Y los pueblos oprimidos, aun odiándolos, los aclaman, y los reyes son llamados “Benefactores”, “Padres de la Patria”. Mas el odio se anida bajo el falso obsequio". Pero entre vosotros no debe ser así. Que el mayor sea como el menor; el que es cabeza, como uno que sirve. Efectivamente: ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa. Yo, sin embargo, os sirvo; y, dentro de poco, os serviré más. Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Y Yo dispongo para vosotros un puesto en mi Reino de la misma forma que en Él Yo seré Rey según la voluntad del Padre-, para que comáis y bebáis en mi mesa eterna y estéis sentados en tronos juzgando a las doce tribus de Israel. Habéis permanecido a mi lado en mis pruebas... Esto y no otra cosa es lo que os hace grandes ante los ojos del Padre.
-¿Y los que vendrán después? ¿No tendrán un lugar en el Reino? ¿Sólo nosotros?
-¡Oh, cuántos príncipes habrá en mi Casa! Todos los que hayan sido fieles a Cristo en las pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino. Porque los que hayan perseverado hasta el final en el martirio de la existencia serán como vosotros, que conmigo habéis perseverado en mis pruebas. Yo me identifico en mis creyentes. A los predilectos les doy, como enseña, ese Dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres. El que me sea fiel en el Dolor será un bienaventurado mío; como vosotros, mis amados.
Jesús se levanta -debe también alzarse Juan, para dejar a Jesús salir mejor de su sitio-, va a un arquibanco y se quita la túnica roja; la pone doblada encima del manto, ya doblado, se ciñe a la cintura una toalla grande, luego va a otra palangana, que todavía está vacía y limpia. Echa en ella agua, lleva la palangana al centro de la habitación, junto a la mesa, y la pone encima de un taburete. Los apóstoles lo miran estupefactos.
-¿No me preguntáis que qué hago?
-No lo sabemos. Te digo que ya estamos purificados - responde Pedro.
-Y Yo te repito que eso no importa. Mi purificación le sirve al que ya está purificado para estarlo más.
Se arrodilla. Desata las sandalias a Judas Iscariote y le lava los pies; uno primero, otro después. Es fácil hacerlo, porque los triclinios están hechos de tal manera que los pies quedan hacia la parte externa. Judas está estupefacto. No dice nada. Pero, cuando Jesús, antes de calzar el pie izquierdo y levantarse, pone el gesto de besarle el pie derecho ya calzado, Judas retrae bruscamente el pie y da un golpe con la suela en la boca divina. Lo hace sin querer. No es un golpe fuerte, pero a mí me causa mucho dolor. Jesús sonríe, y, al apóstol, que le dice: «¿Te he hecho daño? Ha sido sin querer... Perdona», le responde:
-No, amigo. Lo has hecho sin malicia y no hace daño.
-Judas lo mira... Es una mirada inquieta, huidiza...
Jesús pasa a Tomás, luego a Felipe... Rodea el lado estrecho de la mesa y va donde su primo Santiago. Lo lava, y lo besa en la frente al levantarse. Pasa a Andrés, que está rojo de vergüenza y hace esfuerzos por no llorar; lo lava, lo acaricia como a un niño. Luego está Santiago de Zebedeo, que no hace sino susurrar: « ¡Oh, Maestro! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Anonadado y sublime Maestro mío!». Juan se ha desatado ya las sandalias y, mientras Jesús está agachado secándole los pies, él se inclina y lo besa en el pelo.
¡Pero, a Pedro!... ¡No es fácil convencerlo para este rito!
-¿Tú lavarme a mí los pies? ¡Ni por asomo! Mientras viva, no te lo permitiré. Yo soy un gusano, Tú eres Dios. Cada uno en su lugar.
-Lo que Yo hago tú no puedes comprenderlo por ahora. Más adelante lo comprenderás. Déjame.
-Todo lo que Tú quieras, Maestro. ¿Quieres cortarme el cuello? Hazlo. Pero no me lavarás los pies.
-¡Oh, mi Simón! ¿No sabes que si no te lavo no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón! Necesitas esta agua para tu alma y para el mucho camino que debes recorrer. ¿No quieres venir conmigo? Si no te lavo, no vienes a mi Reino.
-¡Oh, Señor mío bendito! ¡Pues entonces lávame todo! ¡Los pies, las manos y la cabeza!
-El que, como vosotros, se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque ya está enteramente purificado. Los pies... El hombre con los pies camina sobre cosas sucias. Y ello sería poco, pues ya os dije que lo que ensucia no es lo que entra y sale con el alimento, ni contamina al hombre lo que se pega a los pies por el camino. No. Lo que le contamina es lo que incuba y madura en su corazón y de allí sale y contamina sus acciones y sus miembros. Y los pies del hombre de corazón no limpio se dirigen hacia la crápula, la lujuria, los tratos ilícitos, los delitos... Por tanto, son, de entre los miembros del cuerpo, los que tienen mucha parte que purificar... como también los ojos, y la boca... ¡Oh, hombre!, ¡hombre!, ¡perfecta criatura un día, el primero, y luego tan corrompido por el Seductor! ¡Y no había en ti malicia, oh hombre, ni pecado!... ¿Y ahora? ¡Eres todo malicia y pecado y no hay parte en ti que no peque!
Jesús ha lavado los pies a Pedro. Los besa. Y Pedro llora y toma con sus gruesas manos las dos manos de Jesús, se las pasa por los ojos y las besa luego.
También Simón se ha quitado las sandalias y, sin decir nada, se deja lavar. Pero luego, cuando Jesús está ya para pasar a Bartolomé, Simón se arrodilla, le besa los pies y dice:
-¡Límpiame de la lepra del pecado como me limpiaste de la lepra del cuerpo, para no quedar confundido en la hora del juicio, Salvador mío!
-No temas, Simón. Vendrás a la Ciudad celeste, blanco como nieve alpina.
-¿Y yo, Señor? ¿A tu viejo Bartolmái qué le dices? Me viste a la sombra de la higuera y leíste mi corazón. ¿Ahora qué ves?, ¿dónde me ves? Tranquiliza a este pobre anciano que teme no tener ni fuerza ni tiempo para llegar  a como quieres que seamos. Se le ve muy emocionado a Bartolomé.
-Tampoco temas tú. En aquel momento dije: "He aquí a un verdadero israelita en quien no hay engaño". Ahora digo: "He aquí a un verdadero cristiano digno del Cristo". ¿Que dónde te veo? Sentado en un trono eterno, vestido de púrpura. Yo estaré siempre contigo.
Le toca el turno a Judas Tadeo, el cual, cuando ve a sus pies a Jesús, no sabe contenerse y reclina la cabeza sobre el brazo que tiene apoyado en las mesa y llora.
-No llores, dulce hermano. Te sientes como uno que debiera soportar que le arrancasen un nervio, y te parece que no puedes soportarlo. Pero será un dolor breve. Luego... ¡serás feliz, porque me quieres! Te llamas Judas. Y eres como nuestro gran Judas (1 Macabeos 3, 1-9): como un gigante. Eres el protector. Tus acciones son de león y cachorro de león rugientes.
Desanidarás a los impíos, que ante ti retrocederán, y los inicuos sentirán terror. Yo sé las cosas. Sé fuerte. Una eterna unión estrechará y hará perfecto nuestro parentesco, en el Cielo - Lo besa también a él, en la frente, como a su otro primo.
-Yo soy pecador, Maestro. A mí no...
-Eras pecador, Mateo. Ahora eres el Apóstol. Eres una "voz" mía. Te bendigo. ¡Cuánto camino han recorrido estos pies para avanzar sin cesar, hacia Dios!... El alma los incitaba y ellos han abandonado todo camino que no fuera mi camino. Continúa.
¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno del Padre mío y tuyo.

Jesús ha terminado. Deja la toalla, se lava en agua limpia las manos, se pone de nuevo la túnica, vuelve a su sitio y, al sentarse, dice:

-Ahora estáis limpios, aunque no todos. Sólo los que han tenido la voluntad de estarlo.
Mira fijamente a Judas de Keriot, que ha hecho como si no hubiera oído, ocupado en explicar a su compañero Mateo cómo su padre se decidió a mandarlo a Jerusalén: palabras inútiles que tienen para Judas -quien, a pesar de su audacia, debe sentirse incómodo- la única finalidad de guardar las apariencias.

Jesús vierte vino por tercera vez en el cáliz común. Bebe. Ofrece de beber. Luego canta, y los otros le siguen en coro:

«Amo porque el Señor escucha la voz de mi oración, porque inclina su oído hacia mí. Le invocaré durante toda mi vida. Me rodeaban dolores de muerte» etc. (Según la numeración de la Neovulgata, se recitan por orden: Salmo 116 (que agrupa el 114 y el 115 de la Vulgata), Salmo 117, Salmo 118 (largo himno), Salmo 119 (el que no termina nunca) Un momento de pausa. Luego sigue cantando: «Tuve fe y por eso hablé. Me había humillado profundamente y en medio de mi turbación decía: "Todo hombre es mentiroso"». Mira fijo a Judas.

Jesús, que ha comido poquísimo y ha bebido sólo un sorbo de vino por cada cáliz -sin embargo, como si se sintiera febril, ha bebido mucha agua- continúa hablando:

-Quiero que comprendáis mi gesto de antes. Os he dicho que el primero es como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis: Maestro y Señor. Decís bien, porque lo soy. Entonces, si Yo os he lavado los pies, también debéis lavároslos vosotros los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que Yo he hecho. En verdad os digo: el siervo no es más que su señor, ni el apóstol más que Aquel que lo ha constituido apóstol. Tratad de comprender estas cosas. Y si, comprendiéndolas, las ponéis por obra, seréis bienaventurados. Pero no seréis todos bienaventurados. Yo os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me refiero a todos. Pero digo la verdad. Por otra parte, debe cumplirse lo que en relación a mí fue escrito (Salmo 41, 10): “Aquel que come conmigo el pan ha alzado contra mí su calcañar". Os digo todo antes de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis todavía más que Yo soy Yo. El que me recibe a mí recibe al que me ha enviado: al Padre santo que está en los Cielos. Y el que reciba a los que Yo envíe me recibirá a mí mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo... Pero ahora vamos a cumplir el rito. Vierte de nuevo vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de pasarlo para que beban, se levanta, y con Él se levantan todos, y canta otra vez uno de los salmos de antes: «Tuve fe y por eso hablé... » Y luego uno que no termina nunca.

¡Hermoso... pero eterno! Creo identificarlo, por el comienzo y lo largo que es, como el salmo 118. Lo cantan así: un trozo todos juntos; luego, por turnos, uno dice un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así hasta el final. ¡Yo creo que al final tienen que sentir sed!

Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros. Y habla:
-Ahora que el antiguo rito ha sido cumplido, voy a celebrar el nuevo. Os he prometido un milagro de amor. Es la hora de realizarlo. Por esto he deseado esta Pascua. De ahora en adelante, ésta será la hostia inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado durante toda la vida de la Tierra, amigos amados. Os he amado durante toda la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros  hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Yo me marcho. Pero permaneceremos siempre unidos mediante el
milagro que voy a cumplir ahora.
Jesús toma un pan todavía entero. Lo pone encima del cáliz, que está completamente lleno. Bendice y ofrece ambos, luego parte el pan y toma de él trece trozos. Se los da, uno a uno, a los apóstoles, y dice:
-Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en memoria mía, que me marcho.
Pasa el cáliz y dice:
-Tomad y bebed. Ésta es mi Sangre. Éste es el cáliz del nuevo pacto en la Sangre y por la Sangre mía, que será derramada por vosotros para el perdón de vuestros pecados y para daros la Vida. Haced esto en memoria mía.
 Jesús está tristísimo. Toda huella de sonrisa, de luz, de color, lo han abandonado. Su rostro es ya de agonía. Los apóstoles lo miran angustiados.
Jesús se levanta y dice:
-No os mováis. Vuelvo enseguida». Toma el trozo decimotercero de pan y el cáliz y sale del Cenáculo.
-Va donde su Madre - susurra Juan.
Y Judas Tadeo suspira:
-¡Pobre mujer!
Pedro pregunta en voz baja:
-¿Crees que Ella sabe?
-Sabe todo. Siempre lo ha sabido todo.




Autor: Maria Valtorta “Il Poema dell'Uomo-Dio”
Nota: Los escritos corresponden a Revelaciones Privadas.

Revelaciones privadas: La Iglesia acepta que pueden existir, su función no es la de “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia, la autoridad de las revelaciones privadas es esencialmente diversa de la única revelación pública: ésta exige nuestra fe, aquellas sólo se la exige a la persona que efectivamente las hubiera recibido.
El criterio de verdad y de valor de una revelación privada es su orientación a Cristo. Cuando ella nos aleja de Cristo, cuando se hace autónoma o, más aún, cuando se hace pasar como otro y mejor designio de salvación, más importante que el Evangelio, entonces no proviene ciertamente del Espíritu Santo, que nos guía hacia el interior del Evangelio y no fuera del mismo. Nuestra intención con estos mensajes es acercar a nuestros lectores de una forma viva a Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra Sma. Madre.


Tomado del sitio Encuentra.com

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