A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

viernes, 26 de febrero de 2016

Quien está lleno del Espíritu divino no busca ya su propia complacencia ni pretende provecho alguno personal, sino que «después que hemos abandonado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle» (1 R 22,9)



Evangelio
según san Mateo 21,33-43,45-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: "Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envío a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: "A mi hijo lo respetarán". Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: "Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia". Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron. "Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?". Ellos le respondieron: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo". Entonces Jesús les dijo: "¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular, esto es obra del Señor y es un prodigio admirable? Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos". Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta.


Palabra del Señor

Evangelio Sitio Catholic.net




Mientras avanzamos en el cumplimiento pleno de la voluntad del Padre, elevemos a Él nuestras súplicas, por intercesión de María.

-Para que el Padre, que hizo de María la discípula y madre de la Palabra, conceda a toda la Iglesia el espíritu de escucha para obedecer a cada señal de su voluntad.

-Para que nos conceda, a ejemplo y por intercesión de la Virgen, un corazón grande para compartir las angustias y necesidades del todo hombre.

-Para que sostenga con su fuerza a cuantos viven en el sufrimiento, la enfermedad, la soledad.

-Para que en la Cuaresma sepamos acoger con sincera voluntad de conversión la palabra de Dios, que nos interpela cada día.

Oración: Padre omnipotente, que en este tiempo favorable nos llamas a la conversión; haz que, a imitación de María, experimentemos la dicha de ser discípulos de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.


Meditacion Especial


Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y todo será creado.
Y repuebla la faz de la tierra.




El «Espíritu del Señor»

La propia negación es obra de la gracia y se traduce en liberación del hombre de sí mismo y en disponibilidad creciente respecto de Dios. Pero, repetimos, esto no puede ser fruto de las propias fuerzas. Es necesario que el Espíritu del Señor le llene de su presencia y establezca en él su morada. Sólo una colaboración íntima entre Dios y el hombre podrá domar el espíritu de la carne, el egoísmo, para que el Espíritu del Señor se erija desde entonces en su mentor y guía. «El Espíritu del Señor quiere que la carne sea mortificada y despreciada, tenida por vil y abyecta. Y se afana por la humildad y la paciencia, y la pura y simple y verdadera paz del espíritu. Y siempre desea, más que nada, el temor divino y la divina sabiduría, y el divino amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(1 R 17,14-16).

Francisco no se pregunta sobre cómo se efectúa dicha colaboración. Sabe, e incesantemente lo pregona con acentos particularmente emotivos en su Testamento, que todo lo ha recibido de Dios. Pero reconoce al mismo tiempo que «el hombre exterior necesariamente se va consumiendo día a día, aunque el interior se vaya renovando»
(1 Cel 98). En realidad, quedan vigorosamente subrayados entrambos elementos de la vida espiritual: acción divina y respuesta humana, resaltando la importancia de sus respectivos roles. Sólo así podrá lograr pleno sentido su vida de penitencia y podrá progresar el hombre evangélico, el hombre nuevo, el hombre del Reino de Dios, «cuyo corazón y espíritu son enteramente de Dios nuestro Señor».

Quien está lleno del Espíritu divino no busca ya su propia complacencia ni pretende provecho alguno personal, sino que «después que hemos abandonado el mundo, ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad del Señor y agradarle»
(1 R 22,9). La vida evangélica de penitencia alcanzará de esta manera su plenitud en la libertad, en el desapego de sí mismo y del mundo y en la inmaculada pureza de un corazón abierto enteramente al Espíritu de Dios, que lo puede llenar y vivificar.

Esta plenitud, que es producto del Espíritu del Señor, explica el enorme entusiasmo de Francisco por seguir el camino de la imitación de Cristo. No sólo aspiraba a una mera imitación exterior o a una mimética reproducción de los ejemplos de Cristo, sino que en definitiva buscaba la plena y espiritual presencia de la vida otorgada en Cristo, para vivir sencillamente conforme a ella y transparentar en la propia carne la vida y la pasión de Cristo
(2 Cor 4,10).

K. Esser, Temas espirituales. 


Sitio Franciscanos.org




Oración de San Agustín


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Ven a mí, Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría:
dame mirada y oído interior
para que no me apegue a las cosas materiales,
sino que busque siempre las realidades del Espíritu.

Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de amor:
haz que mi corazón
siempre sea capaz de más caridad.

Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de verdad:
concédeme llegar al conocimiento de la verdad
en toda su plenitud.

Ven a mí, Espíritu Santo,
agua viva que lanza a la vida eterna:
concédeme la gracia de llegar
a contemplar el rostro del Padre
en la vida y en la alegría sin fin.
Amén. 


Oremos ,,.










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