A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

sábado, 15 de agosto de 2015

Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


«Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor con que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima santa María» (1 R 23,1-3). meditaciones de San Francisco

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Benedicto XVI, Ángelus del 15 de agosto de 2005 y de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplamos el misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podríamos decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de entre los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la gloria celestial con toda su persona. También en esto la Madre siguió más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Junto a Jesús, nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados, la Virgen, nueva Eva, aparece como «figura y primicia de la Iglesia» (Prefacio), «señal de esperanza cierta» para todos los cristianos en la peregrinación terrena (cf. LG 68).

La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada en la tradición popular, constituye para todos los creyentes una ocasión propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad. Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morada definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a aceptar la voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones falaces de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazón la alegría de la vida.

La tradición cristiana ha colocado en el centro del verano una de las fiestas marianas más antiguas y sugestivas, la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. La liturgia nos recuerda hoy esta consoladora verdad de fe, mientras canta las alabanzas de la Virgen María, coronada de gloria incomparable. «Una gran señal apareció en el cielo -leemos hoy en el pasaje del Apocalipsis que la Iglesia propone a nuestra meditación-: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). En esta mujer resplandeciente de luz los Padres de la Iglesia han reconocido a María. El pueblo cristiano peregrino en la historia vislumbra en su triunfo el cumplimiento de sus expectativas y la señal cierta de su esperanza.

María es ejemplo y apoyo para todos los creyentes: nos impulsa a no desalentarnos ante las dificultades y los inevitables problemas de todos los días. Nos asegura su ayuda y nos recuerda que lo esencial es buscar y pensar «en las cosas de arriba, no en las de la tierra». En efecto, inmersos en las ocupaciones diarias, corremos el riesgo de creer que aquí, en este mundo, en el que estamos sólo de paso, se encuentra el fin último de la existencia humana.

En cambio, el cielo es la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena. ¡Cuán diferentes serían nuestras jornadas si estuvieran animadas por esta perspectiva! Así lo estuvieron para los santos: su vida testimonia que cuando se vive con el corazón constantemente dirigido a Dios, las realidades terrenas se viven en su justo valor, porque están iluminadas por la verdad eterna del amor divino.


Franciscanos.org



En esta solemnidad de la Virgen María, abogada nuestra, presentemos a Dios nuestras súplicas, llenos de filial confianza.

-Por la Iglesia, que peregrina por este mundo con la esperanza de la gloria futura; en comunión con María, Madre de la Iglesia, roguemos al Señor.

-Por la unión de las Iglesias, divididas por el pecado; en comunión con María, madre de todos los creyentes en Cristo, roguemos al Señor.

-Por los enfermos, los pobres, los oprimidos y los abandonados; en comunión con María, salud de los enfermos y consuelo de los afligidos, roguemos al Señor.

-Por todos los que celebramos la Eucaristía, anuncio del banquete del reino eterno; en comunión con María, intercesora nuestra ante su Hijo Jesús, roguemos al Señor.

Oración: Ten en cuenta, Señor, los anhelos y sufrimientos de toda la humanidad, expresados en la plegaria de tu Iglesia, que, llena de gozo, contempla en María nuestra humana naturaleza glorificada. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


La Asuncion de La Santisima Virgen Maria. 
La Madre de Dios fue asociada estrechamente, por voluntad del Padre, a los misterios de su Hijo. Así, al igual que Jesús, también ella murió y fue sepultada. Pero, como dice el Prefacio, «el Señor no quiso que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida». Al respecto escribía Pío XII: «A la manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de su más absoluta victoria sobre la muerte y el pecado, así la lucha de la bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal... Por eso, la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad, ... consiguió, al fin, como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su Hijo, vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la suprema gloria del cielo». Y la Constitución papal que en 1950 declaró el dogma de la Asunción concluía con esta definición: «Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
Oración: Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Madre, quiero ser pobre, abandonarme
en las manos del Padre totalmente
darle todo mi ser, mi vida mis proyectos y mis sueños.

Madre, quiero seguir tus pasos
decir junto a vos “Aquí estoy Señor contigo, para hacer tu voluntad”
Ayudame a entregarme (aunque mi entrega me conduzca a la cruz)
y a vivir la pobreza como protesta ante la injusticia
y como solidaria entrega decidida a Cristo en los demás.

Madre de los pobres.
Mostranos
el camino del Reino,
fortalecé nuestras opciones ,
acrecentá nuestra esperanza,
sostené nuestras comunidades en marcha
para que nuestras vidas
sean testimonio transparente
de nuestra fe en el Dios de la Vida.



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