A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

sábado, 13 de junio de 2015

Dios todopoderoso, te rogamos, por intercesión de san Antonio, que nos concedas servirte con entrega generosa, amando a nuestros hermanos con amor incansable. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Evangelio según san Lucas 2,41-51

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Palabra del Señor



Mientras celebramos la memoria de san Antonio, que hizo de su vida una entrega generosa al Evangelio, invoquemos la ayuda de Dios:
-Para que la Iglesia promueva en todas partes la fidelidad al Evangelio como signo de amor a Dios y a los hombres.
-Para que ayude a los pastores a guiar a sus comunidades con su vida y su ejemplo.
-Para que todos los cristianos aprendamos a entender y resolver los problemas a la luz de la fe.
-Para que el ejemplo de san Antonio contribuya a que todos, especialmente los jóvenes, se dejen llevar por el Espíritu en la búsqueda de la propia vocación.
-Para que cuantos celebramos la santidad de san Antonio recibamos el auxilio de su intercesión.
Oración: Dios todopoderoso, te rogamos, por intercesión de san Antonio, que nos concedas servirte con entrega generosa, amando a nuestros hermanos con amor incansable. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


SAN ANTONIO DE PADUA Mensaje de S. S. Juan Pablo II con ocasión del VIII Centenario del nacimiento del Santo (13-VI-1994)

"La predicación era su modo de encender la fe en las almas, de purificarlas, consolarlas e iluminarlas." ..

Solamente treinta y seis años duró su existencia terrena. Los primeros catorce los pasó en la escuela episcopal de su ciudad. A los 15 años pidió entrar en los Canónigos Regulares de San Agustín; a los 25 recibió la ordenación sacerdotal: diez años de vida caracterizados por la búsqueda diligente y activa de Dios, por el estudio intenso de la teología y por la maduración y el perfeccionamiento interior.
Pero Dios seguía interrogando el espíritu del joven sacerdote Fernando, nombre que había recibido en la pila bautismal. En el monasterio de Santa Cruz, en Coimbra, conoció a un grupo de franciscanos de la primera hora, que, desde Asís, iban a Marruecos para testimoniar allí el Evangelio, incluso a costa del martirio. En aquella circunstancia el joven Fernando experimentó un anhelo nuevo: el de anunciar el Evangelio a los pueblos paganos, sin detenerse ante el riesgo de perder la vida.

En el otoño de 1220 dejó su monasterio y comenzó a seguir al Poverello de Asís, tomando el nombre de Antonio. Partió, pues, hacia Marruecos, pero una grave enfermedad lo obligó a renunciar a su ideal misionero.

Comenzó así el último período de su existencia, durante el cual Dios lo guió por caminos que jamás había pensado recorrer. Después de haberlo desarraigado de su tierra y de sus proyectos de evangelización de ultramar, Dios lo llevó a vivir el ideal de la forma de vida evangélica en tierra italiana.

 San Antonio vivió la experiencia franciscana sólo once años, pero asimiló hasta tal punto su ideal, que Cristo y el Evangelio se convirtieron para él en regla de vida encarnada en la realidad de todos los días.
Dijo en un sermón: «Por ti hemos dejado todo y nos hemos hecho pobres. Pero dado que tú eres rico, te hemos seguido para que nos hagas ricos . Te hemos seguido, como la criatura sigue al Creador, como los hijos al Padre, como los niños a la madre, como los hambrientos el pan, como los enfermos al médico, como los cansados la cama, como los exiliados la patria». 

Toda su predicación fue un anuncio continuo e incansable del Evangelio sin glosa.
Anuncio verdadero, intrépido, límpido. La predicación era su modo de encender la fe en las almas, de purificarlas, consolarlas e iluminarlas.
Construyó su vida en Cristo. Las virtudes evangélicas, y en especial la pobreza de espíritu, la mansedumbre, la humildad, la castidad, la misericordia y la valentía de la paz, eran los temas constantes de su predicación.
Su testimonio fue tan luminoso, que en mi peregrinación a su santuario de Padua, el 12 de septiembre de 1982, también yo quise presentarlo a la Iglesia, como ya había hecho el papa Pío XII, con el título de hombre evangélico. En efecto, san Antonio enseñó de modo eminente a hacer de Cristo y del Evangelio un punto de referencia constante en la vida diaria y en las opciones morales privadas y públicas, sugiriendo a todos que alimenten de esa fuente su valentía para un anuncio coherente y atractivo del mensaje de la salvación.
Precisamente porque estaba enamorado de Cristo y de su Evangelio, san Antonio «ilustraba con inteligencia de amor la divina sabiduría que había tomado de la lectura asidua de la sagrada Escritura» (Pío XII).
La sagrada Escritura era para él la terra parturiens, que engendra la fe, funda la moral y atrae al alma con su dulzura. El alma, recogida en la meditación amorosa sobre la sagrada Escritura, se abre -según su expresión- al arcano de la divinidad. Durante su itinerario hacia Dios, Antonio alimentó su mente de este abismo arcano, encontrando allí sabiduría y doctrina, fuerza apostólica y esperanza, celo infatigable y caridad ferviente.
De la sed de Dios y del anhelo de Cristo nace la teología que, para san Antonio, era irradiación del amor a Cristo: sabiduría de inestimable valor y ciencia de conocimiento, cántico nuevo que resuena suavemente en los oídos de Dios y renueva el espíritu.
San Antonio vivió este método de estudio con una pasión que lo acompañó durante toda su vida franciscana. El mismo san Francisco lo había designado para enseñar la sagrada teología a los hermanos, recomendándole, sin embargo, que en dicha ocupación se cuidara de no extinguir el espíritu de oración y devoción. Usó todos los instrumentos científicos de entonces para profundizar el conocimiento de la verdad evangélica y hacer más comprensible su anuncio. El éxito de su predicación confirma que supo hablar con el mismo lenguaje de sus oyentes, logrando transmitir con eficacia los contenidos de la fe y haciendo que la cultura popular de su tiempo acogiera los valores del Evangelio.
Los escritos de san Antonio, tan ricos en doctrina bíblica, y en los que abundan las exhortaciones espirituales y morales, son también hoy un modelo y una guía para la predicación. Entre otras cosas, muestran ampliamente hasta qué punto la enseñanza homilética, en la celebración litúrgica, puede hacer experimentar a los fieles la presencia operante de Cristo, que sigue anunciando el Evangelio a su pueblo para obtener su respuesta en la oración y en el canto (cf. SC 33).
Tomado del sitio www.Franciscanos.org

San Antonio y la Vida religiosa

 
El Santo de Padua habla contemporáneamente de dos experiencias: la vida de contemplación y la vida de unión con Dios. Se trata de dos aspectos de una única realidad. La experiencia de amor en Dios es considerada en muchos de sus sermones como elemento común a toda vocación cristiana. De cara a lo específicamente religioso pone el acento de modo particular en dos aspectos.

En el primero de ellos señala que la vida religiosa es una ascesis, pero sobre todo es una mística. Este estilo de vida debe tomar el camino de la purificación, es decir, abandono y distancia del mundo y de los valores que el mundo muestra, mortificación y humildad. La vida religiosa es sobre todo amor en Dios, búsqueda de Dios, amor personal de Dios persona: en primer lugar Cristo, y en Él el Padre, con el Espíritu Santo. Éste es para San Antonio el movimiento primero y fundamental de la vida religiosa, por eso debemos entender nuestra propia vida religiosa como una especial e íntima relación con Dios. A esta vida de amor la llamará vida mística, amor que se hace experiencia en Cristo: «Son sus discípulos los que se abren con simplicidad al misterio de su corazón: porque Él es veraz y enseña el camino de Dios en la verdad» (Sermón del Domingo XXIII después de Pentecostés).

En segundo lugar, la vida religiosa se realiza en el seguimiento de Cristo a través de los compromisos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad. San Antonio considera los tres votos como referencias obligatorias para toda forma de vida consagrada. Trata de hacer una interpretación espiritual de los votos: «Cada religioso debe llenarse de estas tres cosas: esperanza, juicio y paz. De esperanza por su pobreza que espera sólo en el Señor. De juicio por la castidad, sin la cual no hay gozo de conciencia ni alegría interior. De paz, por la obediencia, fuera de la cual no habrá paz. Si el religioso se llena de esta realidad, esté seguro que abundará en la esperanza y en la virtud de Espíritu Santo, para habitar con fe en la religión» (Sermón del Domingo II de Adviento).

La vida espiritual está hecha de oración, contemplación y apostolado. Antonio hace notar que el camino hacia esta vida está constituido esencialmente por algunos aspectos y opciones particulares: humildad, pobreza, castidad, penitencia, obediencia. Se trata de las virtudes-opciones típicas y propias de la vida religiosa: «El sol y el aire significan los religiosos; sol, porque deben ser puros, calientes y luminosos; puros por la castidad, calurosos por la caridad, luminosos por la pobreza; aire porque deben ser aéreos, es decir, contemplativos» Sermón del Domingo II de Cuaresma.
Son verdaderos religiosos los que viven según el espíritu de la verdadera penitencia cristiana, y que según el ejemplo de los apóstoles renuncian a todo y siguen a Jesús con amor. Entre los religiosos hay que distinguir entre aquellos que son auténticos y aquellos que no lo son. «Los buenos prelados de la Iglesia y los verdaderos religiosos son estrellas brillantes en lugar tenebroso. Ellos dirigen a los navegantes a través del mar, con rumbo recto hasta las puertas de la vida eterna.Para Antonio la vida religiosa se sitúa, como el corazón, entre los pies y la cabeza de la Iglesia, es decir, entre los laicos y la jerarquía, de ahí la importancia de este grupo para el buen funcionamiento de todo el cuerpo eclesial: «Los religiosos, con los pies de la pobreza y de la obediencia deben saltar hasta la altura de la vida eterna» (Sermón del Domingo II de Cuaresma).«Espero de corazón... que toda la Iglesia conozca cada vez mejor el testimonio, el mensaje, la sabiduría y el ardor misionero del discípulo de Cristo y del Poverello de Asís. Su predicación, sus escritos y, sobre todo, su santidad de vida, ofrecen, también a los hombres de nuestro tiempo, indicaciones muy vivas y estimulantes sobre el compromiso necesario para la nueva evangelización» Juan Pablo II, Carta con motivo del VIII centenario del nacimiento de San Antonio. Tomado del Sitio www.Franciscanos.org
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