Evangelio según san Lucas 2,41-51
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Palabra del Señor
Mientras celebramos la memoria de san
Antonio, que hizo de su vida una entrega generosa al Evangelio, invoquemos la
ayuda de Dios:
-Para que la Iglesia promueva en todas
partes la fidelidad al Evangelio como signo de amor a Dios y a los
hombres.
-Para que ayude a los pastores a guiar a
sus comunidades con su vida y su ejemplo.
-Para que todos los cristianos aprendamos a
entender y resolver los problemas a la luz de la fe.
-Para que el ejemplo de san Antonio
contribuya a que todos, especialmente los jóvenes, se dejen llevar por
el Espíritu en la búsqueda de la propia vocación.
-Para que cuantos celebramos la santidad de
san Antonio recibamos el auxilio de su intercesión.
Oración: Dios todopoderoso, te
rogamos, por intercesión de san Antonio, que nos concedas servirte con
entrega generosa, amando a nuestros hermanos con amor incansable. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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SAN ANTONIO DE PADUA Mensaje de S. S. Juan Pablo II con ocasión del VIII Centenario del nacimiento del Santo (13-VI-1994)
"La predicación era su modo de encender la fe en las almas, de purificarlas, consolarlas e iluminarlas." ..
Solamente treinta y seis años
duró su existencia terrena. Los primeros catorce los pasó en la
escuela episcopal de su ciudad. A los 15 años pidió entrar en los
Canónigos Regulares de San Agustín; a los 25 recibió la
ordenación sacerdotal: diez años de vida caracterizados por la
búsqueda diligente y activa de Dios, por el estudio intenso de la
teología y por la maduración y el perfeccionamiento
interior.
Pero Dios seguía interrogando el
espíritu del joven sacerdote Fernando, nombre que había recibido
en la pila bautismal. En el monasterio de Santa Cruz, en Coimbra,
conoció a un grupo de franciscanos de la primera hora, que, desde
Asís, iban a Marruecos para testimoniar allí el Evangelio,
incluso a costa del martirio. En aquella circunstancia el joven Fernando
experimentó un anhelo nuevo: el de anunciar el Evangelio a los pueblos
paganos, sin detenerse ante el riesgo de perder la vida.
En el otoño de 1220 dejó su
monasterio y comenzó a seguir al Poverello de Asís,
tomando el nombre de Antonio. Partió, pues, hacia Marruecos, pero una
grave enfermedad lo obligó a renunciar a su ideal misionero.
Comenzó así el último
período de su existencia, durante el cual Dios lo guió por
caminos que jamás había pensado recorrer. Después de
haberlo desarraigado de su tierra y de sus proyectos de evangelización
de ultramar, Dios lo llevó a vivir el ideal de la forma de vida
evangélica en tierra italiana.
San Antonio vivió la experiencia
franciscana sólo once años, pero asimiló hasta tal punto
su ideal, que Cristo y el Evangelio se convirtieron para él en regla de
vida encarnada en la realidad de todos los días.
Dijo en un sermón: «Por ti
hemos dejado todo y nos hemos hecho pobres. Pero dado que tú eres rico,
te hemos seguido para que nos hagas ricos . Te hemos seguido, como la
criatura sigue al Creador, como los hijos al Padre, como los niños a la
madre, como los hambrientos el pan, como los enfermos al médico, como
los cansados la cama, como los exiliados la patria».
Toda su predicación fue un anuncio
continuo e incansable del Evangelio sin glosa.
Anuncio verdadero,
intrépido, límpido. La predicación era su modo de encender
la fe en las almas, de purificarlas, consolarlas e iluminarlas.
Construyó su vida en Cristo. Las
virtudes evangélicas, y en especial la pobreza de espíritu, la
mansedumbre, la humildad, la castidad, la misericordia y la valentía de
la paz, eran los temas constantes de su predicación.
Su testimonio fue tan luminoso, que en mi
peregrinación a su santuario de Padua, el 12 de septiembre de 1982,
también yo quise presentarlo a la Iglesia, como ya había hecho el
papa Pío XII, con el título de hombre evangélico.
En efecto, san Antonio enseñó de modo eminente a hacer de
Cristo y del Evangelio un punto de referencia constante en la vida diaria y en
las opciones morales privadas y públicas, sugiriendo a todos que
alimenten de esa fuente su valentía para un anuncio coherente y
atractivo del mensaje de la salvación.
Precisamente porque estaba enamorado de
Cristo y de su Evangelio, san Antonio «ilustraba con inteligencia de amor
la divina sabiduría que había tomado de la lectura asidua de la
sagrada Escritura» (Pío XII).
La sagrada Escritura era para él la
terra parturiens, que engendra la fe, funda la moral y atrae al alma con
su dulzura. El alma, recogida en la meditación amorosa sobre la sagrada
Escritura, se abre -según su expresión- al arcano de la
divinidad. Durante su itinerario hacia Dios, Antonio alimentó su
mente de este abismo arcano, encontrando allí sabiduría y
doctrina, fuerza apostólica y esperanza, celo infatigable y caridad
ferviente.
De la sed de Dios y del anhelo de Cristo
nace la teología que, para san Antonio, era irradiación del amor
a Cristo: sabiduría de inestimable valor y ciencia de conocimiento,
cántico nuevo que resuena suavemente en los oídos de Dios y
renueva el espíritu.
San Antonio vivió este método
de estudio con una pasión que lo acompañó durante toda su
vida franciscana. El mismo san Francisco lo había designado para
enseñar la sagrada teología a los hermanos,
recomendándole, sin embargo, que en dicha ocupación se
cuidara de no extinguir el espíritu de oración y devoción.
Usó todos los instrumentos científicos de entonces para
profundizar el conocimiento de la verdad evangélica y hacer más
comprensible su anuncio. El éxito de su predicación confirma que
supo hablar con el mismo lenguaje de sus oyentes, logrando transmitir con
eficacia los contenidos de la fe y haciendo que la cultura popular de su tiempo
acogiera los valores del Evangelio.
Los escritos de san Antonio, tan ricos en
doctrina bíblica, y en los que abundan las exhortaciones espirituales y
morales, son también hoy un modelo y una guía para la
predicación. Entre otras cosas, muestran ampliamente hasta qué
punto la enseñanza homilética, en la celebración
litúrgica, puede hacer experimentar a los fieles la presencia operante
de Cristo, que sigue anunciando el Evangelio a su pueblo para obtener su
respuesta en la oración y en el canto (cf. SC 33).
Tomado del sitio www.Franciscanos.org
San Antonio y la Vida religiosa
El Santo de Padua habla contemporáneamente de dos
experiencias: la vida de contemplación y la vida de unión con
Dios. Se trata de dos aspectos de una única realidad. La experiencia de
amor en Dios es considerada en muchos de sus sermones como elemento
común a toda vocación cristiana. De cara a lo
específicamente religioso pone el acento de modo particular en dos
aspectos.
En el primero de ellos señala que la vida religiosa
es una ascesis, pero sobre todo es una mística. Este estilo de vida debe
tomar el camino de la purificación, es decir, abandono y
distancia del mundo y de los valores que el mundo muestra, mortificación
y humildad. La vida religiosa es sobre todo amor en Dios, búsqueda de
Dios, amor personal de Dios persona: en primer lugar Cristo, y en Él el
Padre, con el Espíritu Santo. Éste es para San Antonio el
movimiento primero y fundamental de la vida religiosa, por eso debemos entender
nuestra propia vida religiosa como una especial e íntima relación
con Dios. A esta vida de amor la llamará vida mística, amor que
se hace experiencia en Cristo: «Son sus discípulos los que se abren
con simplicidad al misterio de su corazón: porque Él es veraz y
enseña el camino de Dios en la verdad» (Sermón del Domingo
XXIII después de Pentecostés).
En segundo lugar, la vida religiosa se realiza en el
seguimiento de Cristo a través de los compromisos evangélicos de
pobreza, obediencia y castidad. San Antonio considera los tres votos como
referencias obligatorias para toda forma de vida consagrada. Trata de hacer una
interpretación espiritual de los votos: «Cada religioso debe
llenarse de estas tres cosas: esperanza, juicio y paz. De esperanza por su
pobreza que espera sólo en el Señor. De juicio por la castidad,
sin la cual no hay gozo de conciencia ni alegría interior. De paz, por
la obediencia, fuera de la cual no habrá paz. Si el religioso se llena
de esta realidad, esté seguro que abundará en la esperanza y en
la virtud de Espíritu Santo, para habitar con fe en la
religión» (Sermón del Domingo II de Adviento).
La vida espiritual está hecha de oración,
contemplación y apostolado. Antonio hace notar que el camino hacia esta
vida está constituido esencialmente por algunos aspectos y opciones
particulares: humildad, pobreza, castidad, penitencia, obediencia. Se trata de
las virtudes-opciones típicas y propias de la vida religiosa: «El
sol y el aire significan los religiosos; sol, porque deben ser puros, calientes
y luminosos; puros por la castidad, calurosos por la caridad, luminosos por la
pobreza; aire porque deben ser aéreos, es decir, contemplativos» Sermón del Domingo II de Cuaresma.
Son verdaderos religiosos los que viven según el
espíritu de la verdadera penitencia cristiana, y que según el
ejemplo de los apóstoles renuncian a todo y siguen a Jesús con
amor. Entre los religiosos hay que distinguir entre aquellos que son
auténticos y aquellos que no lo son. «Los buenos prelados de la
Iglesia y los verdaderos religiosos son estrellas brillantes en lugar
tenebroso. Ellos dirigen a los navegantes a través del mar, con rumbo
recto hasta las puertas de la vida eterna.Para Antonio la vida religiosa se sitúa, como el
corazón, entre los pies y la cabeza de la Iglesia, es decir, entre los
laicos y la jerarquía, de ahí la importancia de este grupo para
el buen funcionamiento de todo el cuerpo eclesial: «Los religiosos, con
los pies de la pobreza y de la obediencia deben saltar hasta la altura de la
vida eterna» (Sermón del Domingo II de Cuaresma).«Espero de corazón... que toda la Iglesia
conozca cada vez mejor el testimonio, el mensaje, la sabiduría y el
ardor misionero del discípulo de Cristo y del Poverello de Asís.
Su predicación, sus escritos y, sobre todo, su santidad de vida,
ofrecen, también a los hombres de nuestro tiempo, indicaciones muy vivas
y estimulantes sobre el compromiso necesario para la nueva
evangelización» Juan Pablo II, Carta con motivo del VIII
centenario del nacimiento de San Antonio. Tomado del Sitio www.Franciscanos.org | T |
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