A todos los sacerdotes, transfórmalos en Ti, Señor. Que el Espíritu Santo los posea, y que por ellos renueve la faz de la tierra.

lunes, 24 de agosto de 2015

"..Unidos en hermandad, pues el tiempo que estáis viviendo es tiempo de prueba y de escogencia. Elevad vuestros corazones al cielo y pedid al Dios misericordioso os conceda la paz en el mundo y santas vocaciones sacerdotales y religiosas. ."


 Mensaje de la Santísima Virgen 16



Hijitos, Hijitas:

Unidos en el amor a Cristo Jesús, mis pequeñitos, hoy cuando estáis todos reunidos en este mi bosquecito sagrado de oración y recogi­miento, os invito a dar gracias a Dios Padre, único y verdadero, por estar entre vosotros como vuestra Madre, Madre de mis almas consagradas.

Esta alegría que compartís, es también com­partida en el cielo . Y es que por vuestra humildad, sencillez, caridad y plenitud de ese amor cristiano que habéis mostrado en este lugar sagrado, me dirijo a vosotros, para daros a conocer las querencias de mi hijo Jesús y de vuestra Madre.

¡Venid, hijitos! Venid y llenaos de este amor grande y misericordioso que siempre ha de permanecer aquí. Sí, abundancia de gracias se está derramando sobre vosotros. Dios lo quiere así y así ha de cumplirse.

Todos y cada uno habéis sido llamados a ocupar un lugar en el corazón de vuestra Madre. Os invito a la oración, al sacrificio, a la penitencia y a la reconciliación con Dios. Os invito a que unáis vuestros corazones al divino Corazón de Jesús y a mi Inmaculado Corazón.

Unidos en hermandad, pues el tiempo que estáis viviendo es tiempo de prueba y de escogencia. Elevad vuestros corazones al cielo y pedid al Dios misericordioso os conceda la paz en el mundo y santas vocaciones sacerdotales y religiosas.

Un símbolo cristiano os ha sido entregado. Véalo a los pies de mi gruta. Véalo entre mis aguas de vida. Es el ancla de salvación. Dios ha querido dejarlo como símbolo de unión de todas sus almas consagradas con vuestra Madre en este mi bosquecito. Símbolo que unido a mi imagen llevaréis en vuestros corazones, medalla de amor y devoción a vuestra Madre. De ella manarán inmensos caudales de gracias; de ella, inmensos caudales de amor y de ella, mi perfección.

Mis Pequeñitos: compartid con mis almas sacer­dotales el sacrificio de la Santa Misa. Acrecentad la devoción del santo rosario y dad a conocer al mundo entero que vuestra Madre ha escogido este bosquecito sagrado para estar entre vosotros. Os dejo una promesa: ninguno de mis pequeños quedará sin el amor y la protección de esta Madre que os ama.

Os tengo en mi corazón



Este mensaje, del 14 de junio de 1994, contiene el texto que se va a transcribir más adelante; pero a la vez la hermana Mary Carmen explicó que la Santísima Virgen le había solicitado con suficiente antelación que se elaboraran doce anclas doradas, de tamaño pequeño
(de unos 5 centímetros de largo) a fin de que fuesen entregadas a unas doce personas (sacerdotes, religiosos, religiosas y al único seglar, al Ing. Padrón, además de las tres hermanas videntes de este convento) La hermana San Luis se ocupó con premura de que se cumpliese este deseo de la Santísima Virgen sin saber que una de las anclas estaba destinada a ella misma.



Una de las anclas debería ser entregada al Santo Padre con una reseña de lo que estaba ocurriendo y con copia de los mensajes Otra, al Obispo de la diócesis de Los Teques, a la que pertenecía Carrizal Una tercera estaba destinada también a Su Eminencia el Cardenal José Alí Lebrún, Arzobispo metropolitano de Caracas, a cuyo arzobispado correspondía administrativamente la diócesis de Los Teques. La cuarta de entre las doce anclas debería ser entregada al primer obispo que visitara este bosquecito sagrado que resultó ser uno de Uruguay La Superiora General de las Siervas de Jesús estaba también en la lista, no sólo por el apoyo que brindaba a todo el proceso sino porque la Santísima Virgen se ha mostrado particularmente atenta a todas las jerarquías que siempre representan a su propio hijo.



El ancla dorada destinada al Santo Padre fue entregada a Su Santidad Juan Pablo II el día 7 de noviembre de este mismo año de 1994. Al autor de este libro, quien ha estado ligado fuertemente a todo este acontecer, siguiendo el proceso muy de cerca, desde el 23 de diciembre de 1993 (sin haber recibido, por supuesto, ninguna manifestación particular, visible, salvo el fenómeno del sol en una sola oportunidad) le cupo en suerte elaborar la carta que fue dirigida a Su Santidad, por petición de la hermana San Luis y de la hermana Clara, con el resumen de lo ocurrido y la razón del obsequio del ancla, siguiendo en detalle las indica­ciones, deseos y pensamientos de las tres videntes que firmaron la carta la superiora hermana María Clara, la hermana María Clelia y la hermana María del Carmen.



Para entregar esta carta, los mensajes, las fotos, la documentación acerca de las escarchas y el ancla dorada, viajó a Roma el P. Antonio Agrela, de la diócesis de Barinas, gran devoto de nuestra Madre. Y aunque viajó sin tener clara idea de cómo lograr una audiencia con el Santo Padre, la Santísima Virgen se ocupó de lograr que este sacerdote, sin pérdida de tiempo y apenas llegado a Roma, en forma por demás prodigiosa pudiese encontrarse con el Papa de tal manera que se hiciese entrega del obsequio en un breve diálogo explicativo sobre el legado de la Virgen, que el Santo Padre recibió con filial devoción y amor y especiales muestras de interés. Se anexa foto de este encuentro con el Papa Juan Pablo II al final del libro.

El Padre Antonio Agrela fue escogido por la Virgen para ser el portador del ancla que debería entregarse al Papa. El a su vez fue uno de los escogidos para recibir una de las 12 anclas.





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